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ANALISTAS

El Loco abrió el paraguas

miércoles, 6 de enero de 2016
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‘El Loco’ Horacio Jaramillo Bustamante escogió el festivo diciembre para terminar su agitado y creativo viaje a Itaca. Murió de vida a los ochenta años. No dejó nada para futuras encarnaciones.

No vino a durar ni a calentar la banca, sino a crear empresas, escribir, enseñar al que no sabía de lo que él sí sabía. Fue su forma de alcanzar la inmortalidad, siguiendo el manual del Dalai Lama.

Muchos colegas suyos hicieron el bachillerato y la universidad bebiendo en su inagotable fuente.

Hombre de mundo, bon vivant, gourmet-gourmand, era un gozaderal. No vino a sufrir. Su mundo fue la palabra, la buena, divertida e inteligente tertulia. Con Brillat-Savarin pensaba que es más importante el descubrimiento de un plato que de una nueva estrella.

Seguramente pensaba con Humphrey Bogard, quien no salía del bar en la película Casablanca: “No me fio de nadie que no beba. El mundo entero lleva tres copas de retraso”. Y pedía otra canción. 

En la barra del bar de sus plantes, Horacio oficiaba como siquiatra, consejero, doctora corazón, asesor, en asuntos financieros. Sin cobrar iva por estos conceptos.

Sacó tiempo para ejercer como columnista económico. En ese destino sabía dónde ponían las garzas. Iba a Colprensa del barrio La Merced a llevar sus columnas. 

Hizo la primaria como restaurantero con El Pocoloco, en Medellín. Se volvió serio, decía,  y viajó a París. Al regreso sacó del sombrero La Bella Época que hizo historia en la Bella Villa.

En Bogotá impuso los restaurantes Casa Vieja donde le dio estatus a la comida criolla. Uno de los más conocidos funciona en el claustro de San Diego para echarse a Dios entre el bolsillo.

En la bolsa de Nueva York se aburrió de ganar verdes y regresó a las piedras del fogón. “Hay que retirarse ganando”, le dijo una vez al periodista Julio VIP Betancur Carrillo.

Con Hamburguesas del Oeste les hizo el milagro a los padres de familia de poner a comer ensalada a la muchachada. Mis hijos Andrea y Juan Fernando me esperaban los domingos en la  noche para ir a comer a Hamburguesas del Loco en el norte bogotano. Todavía recuerdan este ceremonial.

Y como en el ADn de todo paisa hay frisoles creó El Vaquerito: arroz, frisoles, ensalada y carne de Hamburguesas de Oeste, por supuesto.

Fue cofundador de la célebre y siempre vigente Repostería Santa Clara, de Medellín, que le gastó obituario en El Colombiano donde publicó sus notas. Fenalco-Antioquia lo tuvo siempre entre sus consentidos. También le gastó obituario. Lo mismo el Salón Versalles, sus compañeros de la tertulia del mall Llanogrande, el Grupo Sura, para no alargar el chico.

Todos los que se enriquecieron lícitamente de su chispa están con el mango a media asta desde que se volvió eternidad. 

Ojalá haya dejado escritas sus memorias. Sabía más que la CIA y compañía de Jesús sobre la gente de dedo parado.

Se tuteaba con el blancaje colombiano que “padeció” su franqueza. “No sé qué es peor, le dijo también a VIPBetancur, si estos mafiosos que no saben qué hacer con tantos dólares, o esta oligarquía quebrada detrás de los malos vendiéndoles sus propiedades”.

Se disfrazaba de cura el día de las ánimas para asustar a las viejas platudas de El Poblado. Su mamá se hacía cruces. Disfrazado de cura, el Loco se coló en una recepción para saludar al papa Juan Pablo II. Ganó la apuesta que hizo. (Loco se les dice a los talentosos que son capaces de hacer lo que a los hombres de a pie ni se nos ocurre).

En el caso de Horacio Jaramillo nada de ropita bajada con horqueta de El Hueco o del San Victorino bogotano. Pura elegancia. Un gentleman para estar a tono con el oficio que amó como a las niñas de sus ojos: Paula, Carolina y Lucas, terceto que hizo en dueto con Martha Luz del Corral, la bella.

Su hija Paula lo describió como un “ser justo, íntegro, valiente, valioso. ¡Que falta nos hace y nos hará!”.

Hablar en su presencia era perder la oportunidad de escuchar una cátedra sobre economía, la gente, la política que lo tramó, la gastronomía, la vida, en suma.

En Medellín hubo misa de dos yemas para decirle adiós. Sus familiares ordenaron misa en su memoria en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde despiden a los principales. Como Jaramillo. Fue una misa de fotos presente: cuatro gráficas que lo mostraban en distintos escenarios, incluido una de joven, cuando “era feliz e indocumentado”.

Le dijimos adiós con textos del reportero san Mateo, el libro de la sabiduría y el salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.  La velada religiosa se cerró con la música que le gustaba. Nada de lágrimas por su muerte; mucha alegría por su vida. Se ganó el verso de Geraldino Brasil: “No murió, quedó encantado”.

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