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ANALISTAS

Cuando cambiar la visión empresarial no es una opción

martes, 22 de julio de 2014
La República Más
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En los años 50 y 60, época en que me crié y me hice consciente, el lavado de cerebro era un conjunto de palabras feas. Evocaba para las personas de bien (léase, del establecimiento) un procedimiento que hacían los comunistas para cambiar a sus hijos, de unos chicos buenos, temerosos de Dios y defensores de la propiedad privada, a seres oscuros, afiliados a una secta y dispuestos a cambiar el mundo destruyendo los principios de la fe cristiana y del capitalismo. En mi caso, y en el de la mayoría de los que conocí en ese entonces en la izquierda militante, no fui objeto de ningún procedimiento raro hecho por terceros: el poco o mucho cerebro que tenía, me lo auto-lavé sin la presión de nadie pero con la ayuda de muchos. 

Y no era difícil hacerse el lavado pues las condiciones de injusticia eran muchas y de muy hondo calado y vivíamos una época especialmente propicia para el cambio en muchos niveles, no solo en el político y en el socioeconómico. De hecho, los cambios más importantes que logró mi generación fueron en otros ámbitos: en las relaciones familiares, en las parejas, en la educación, en el sexo, en la música, en el arte y el teatro, en la literatura. En el escenario político la izquierda, si no toda si en una parte importante, se perdió en los berenjenales de la lucha armada. Berenjenales que terminaron de enredarse con la aparición de los grandes financiadores de la guerrilla: la extorsión, el secuestro y el narcotráfico. 

Hoy, en el nuevo milenio, creo que los cambios más profundos y sostenibles han venido, y vendrán, no tanto desde el campo de la política como de la acción de las organizaciones tanto privadas como públicas. Mientras las organizaciones de izquierda se volvieron verdaderos dinosaurios, alejados en tiempo y distancia de la realidad del mundo actual, las empresas se han alejado del capitalismo salvaje adaptándose a las nuevas exigencias de un entorno cada día más complejo y exigente.

Pero esto no se ha logrado sin un cambio profundo en la forma como los empresarios perciben sus organizaciones y su entorno: un verdadero lavado de cerebro. De organizaciones cerradas en sí mismas, monopólicas, poco participativas, alejadas de sus clientes,  se ha pasado a estructuras abiertas, participativas, que buscan estar cada día más cerca de sus clientes y de los demás grupos de interés (los famosos “stakeholders”): accionistas, empleados, proveedores, comunidad y estado. 

¿Todas las empresas son así? Claro que no, algunas están ancladas en su pasado exitoso y no ven la necesidad de “lavarse el cerebro”, cambiando la forma como ven el mundo. Y hasta cierto punto tienen razón: cambiar no solo no es fácil sino que resulta además costoso en términos de recursos y de enfoque. 

El problema para esta últimas es que el entorno está cambiando, a ritmos mucho más acelerados que los de los años sesentas y quien no se adapte está condenado, puede que no hoy pero si mañana, cuando su modelo de negocio sea obsoleto frente al de los nuevos competidores, frente al cambio de la fuerza de trabajo y frente a los requerimientos cada vez mayores de los clientes. En ese momento cambiar no va a ser una opción, va a ser la opción, y a unos costos mucho mayores.

Créanme, es mejor auto-lavarse el cerebro con tiempo, a que se lo laven a uno las circunstancias cuando el tiempo se agota o se agotó.

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