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La rivalidad empresarial se ha personificado en Carlos Slim, principal accionista de América Móvil –dueño, además, de medio México y el hombre más rico del mundo–, y en César Alierta, presidente ejecutivo de Telefónica.
Una de las razones obvias para el éxito de ambas en Latinoamérica –además del buen hacer de las dos compañías– tiene que ver con la sorprendente ausencia de operadoras estadounidenses en la zona. En 1984, el juez federal Greene resolvió el caso antimonopolio de Estados Unidos contra el gigante AT&T, decretando su ruptura en siete monopolios regionales.
Greene creó, de la noche a la mañana, un Reino de Taifas en Estados Unidos, que llevó a la industria norteamericana a poner, desde entonces, todo el foco en el mercado interior, en busca de un proceso de consolidación que aún no ha terminado.
Eso, unido a la inestabilidad económica que sufrió Latinoamérica en las décadas de los noventa y los dos mil –con crisis como el Efecto Tequila y el Efecto Tango– generó anticuerpos ante el mercado latino entre las operadoras de Estados Unidos.
Así, los grupos estadounidenses o bien no apostaron a fondo por la región, o decidieron vender sus participaciones cuando las cosas pintaban feas, o incluso desinvirtieron en la zona para financiar sus procesos de consolidación dentro de Estados Unidos.
De hecho, esa fue una de las vías de crecimiento, tanto de Telefónica –que en 2004 compró diez operadoras latinas a la norteamericana BellSouth, que necesitaba el dinero para la consolidación interna del mercado móvil– como de América Móvil, que en el mismo año se hizo con AT&T Latin America y por tanto con sus operaciones en Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Perú.
Telefónica apostó, en general, por comprar operadores incumbentes –los antiguos monopolios privatizados– como ocurrió en Chile, Argentina, Perú, Sao Paulo o Colombia. América Móvil, aunque nacida de un supermonopolio como el mexicano –24 años después de la privatización y de la supuesta apertura del mercado aún controla el 70% del negocio móvil y el 80% del fijo de su país de origen– optó más por comprar grupos alternativos y de cable.
Además, América Móvil ha crecido más rápido en Latinoamérica que su rival, partiendo de un tamaño menor. Si solo se toman los activos de la región –excluyendo Europa y Estados Unidos–, la mexicana es, ahora, mucho mayor que la española.
América Móvil facturó, entre Río Grande y Tierra de Fuego, unos US$51.460 millones en 2013, frente a los US$38.595 millones de Telefónica, lo que supone un 33% más. Y también maneja más clientes: a junio de 2014 contaba con 312 millones de accesos (entre fijos y móviles) frente a los 222 millones de Telefónica, un 40% más.
*Sus batallas empresariales *
Las escaramuzas empresariales entre Telefónica y América Móvil –entre Alierta y Slim– vienen de lejos. Empezaron con Telefónica en México, donde la española es el segundo operador desde hace una década.
Pero a pesar de sus ingentes inversiones, el grupo español no ha conseguido ganar apenas cuota de mercado, mientras que las empresas de Slim mantienen una superior al 70%.
De hecho, ahora va a maniobrar vendiendo una parte de sus clientes para evitar la regulación liberalizadora que quería aplicar el Gobierno mexicano, lo que le ha permitido dispararse en Bolsa.
Antes, en 2007, Slim intentó comprar Telecom Italia, pero al final fue Telefónica la que logró convertirse en el socio de referencia. Algo parecido pasó en Colombia, donde tras la anulación de la privatización de la operadora estatal, ganada por América Móvil, fue la operadora española quien la consiguió. El último capítulo se produjo en Alemania.
Slim compró el 24% de la holandesa KPN en contra de la posición del consejo. Telefónica convenció a la holandesa para que le vendiese su filial alemana.
Esta operación consolidaba la posición de Telefónica en el primer mercado europeo, a costa del crecimiento futuro de KPN. Pero Slim se opuso al acuerdo y obligó a Telefónica a mejorar la oferta –KPN logrará ahora el 20% de la sociedad resultante en vez del 17%– para lograr el apoyo mexicano.
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