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La crisis en China fue desde una apuesta por una expansión más moderada a un estallido bursátil

lunes, 31 de agosto de 2015
Foto: Bloomberg
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Ripe

"Cuando los vientos de cambio soplan, algunos construyen paredes mientras otros construyen molinos". A fines de enero el primer ministro Li Keqiang compartió ese proverbio con los líderes globales reunidos en el Foro Económico Mundial en Davos.

China estaba construyendo molinos, comprometida con la reforma estructural. La "nueva normalidad" pedía un crecimiento más moderado, liderado por los consumidores. El sistema financiero se modernizaría y el país aspiraba a alejarse de su excesiva dependencia de un crecimiento impulsado por la deuda y la infraestructura, que provocaron sobrecapacidad industrial y una burbuja de crédito épica. Mejor aún, la transformación se haría suavemente: "lo que quiero enfatizar es que no habrá crisis financiera regional o sistémica en China, y la economía no se dirigirá a un aterrizaje forzoso", dijo Li.

Sólo siete meses después, China se encuentra en el epicentro de un shock bursátil global que borró US$8 billones (millones de millones) en riqueza en pocos días. Nadie está muy seguro de si la segunda economía mundial está realmente creciendo 7%, como sugieren las cifras oficiales, o 6%.

Las autoridades están desplegando el mayor estímulo desde la crisis financiera de 2008 en un esfuerzo por apuntalar la economía. Las tasas de interés han sido recortadas a mínimos récord, los bancos están siendo alentados a otorgar préstamos y se reinició el gasto en infraestructura.

La confianza que Li exudaba en enero ha dado paso a una política zigzagueante y mensajes mixtos sobre el compromiso del gobierno del presidente Xi Jinping hacia la reforma. No tomó mucho tiempo para que los problemas empezaran a emerger. En abril, Li se reunió con un grupo de funcionarios de los gobiernos locales en Changchun, la capital de la provincia de Jilin, para tomar el pulso a la economía regional. Las noticias no eran alentadoras.

Conocido como el cinturón de óxido por su industria pesada y sector manufacturero estatales, Jilin estuvo entre las economías con peor desempeño del país. Creció 5,8% durante los primeros tres meses del año en comparación con un 7% de la economía nacional. La provincia vecina de Heilongjiang creció 4,8% y Liaoning 1,9%.

Beijing no desplegaría una misión de rescate fiscal. El dolor que se sintió en lugares como Jilin fue parte de un plan para reequilibrar a la economía lejos de la inversión impulsada por deuda y exportaciones hacia una estimulada por los consumidores, los servicios y la innovación. Las autoridades sabían que la economía necesitaría ayuda, pero apostaron por recortar las tasas de interés y aplicar un gasto público focalizado, en lugar de un programa de estímulo masivo como el de 2008.

De forma paralela, los líderes se propusieron actualizar el sistema financiero. La agenda incluyó un intento ambicioso por controlar la creciente deuda del país al prohibir a los gobiernos locales endeudarse fuera de balance.

Tampoco se descuidó la imagen internacional del país. El gobernador del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, lanzó una ofensiva para que el yuan ganara el estatus de moneda de reserva en el Fondo Monetario Internacional. Las acciones de China estaban siendo promocionadas para ser incluidas en los índices de referencia de MSCI como parte de un plan para atraer capital extranjero.

Surgen los problemas

Hacia fines del primer trimestre, empezaron a aparecer los problemas. Las restricciones al endeudamiento de los gobiernos locales provocaron cuellos de botella en la infraestructura que amenazaron la meta de crecimiento del gobierno de cerca de 7%.

Esto provocó que el gobierno central diera marcha atrás y anunciara un swap de deuda por 2 billones de yuanes para ayudar a convertir notas existentes de alto costo y que maduraban este año en bonos municipales con un bajo rendimiento. El crecimiento se había convertido en una prioridad por encima del desapalancamiento. Hasta mediados de 2014, la deuda del gobierno, empresas y hogares sumaba US$28 billones, o cerca de 282% del Producto Interno Bruto, según McKinsey Global Institute.

Algo similar sucedía en el mercado de valores. Como parte de un plan para entregar a las compañías una fuente alternativa de financiamiento, el gobierno estimuló el alza del precio de las acciones incitando a los pequeños inversionistas a comprar acciones, fomentando un gran apalancamiento.

A principios de abril, la agencia estatal Xinhua publicó cuatro artículos vinculando la fortaleza del mercado a la fortaleza de la economía. La edición extranjera del People's Daily le siguió, retratando al mercado alcista como clave del crecimiento.

Para mediados de junio, las acciones chinas habían subido 150% frente al año anterior, maquillando a una economía que mostraba pocas señales de tracción pese a que el banco central había bajado las tasas de interés y el ratio de reserva de los bancos.

En el camino, la deuda con margen aumentó a un récord de US$358.000 millones a medida que el número de inversionistas superaba los 90 millones, más que todos los miembros del Partido Comunista, con la apertura de más de 1 millón de cuentas bursátiles individuales cada semana en el peak del rally. Preocupado por el creciente apalancamiento, el regulador trató de frenar el financiamiento con margen.

Detrás de bastidores, la respuesta del regulador era caótica. En la mañana del 4 de julio, ejecutivos de las 21 mayores corredoras de China se reunieron en el Focus Plaza en el barrio financiero de Beijing. La reunión, a petición del presidente de la Comisión Reguladora del Mercado de Valores de China, Xiao Gang, no calmó los nervios. Se acordó que las corredoras podrían invertir el equivalente a 15% de sus activos netos hasta fines de junio, o no menos de 120 mil millones de yuanes (US$ 18.700 millones) en total, en fondos fiables.

Las corredoras sentían que estaban asumiendo la culpa por una crisis generada por el gobierno y no confiaban en la capacidad de Xiao para manejar las consecuencias, aseguraron fuentes a Bloomberg. En la reunión, Xiao dio órdenes y dejó claro que las corredoras tenían que firmar el acuerdo. Pero ese no era el mensaje público. Un comunicado emitido después de la reunión por la Asociación de Valores de China decía que las corredoras "tenían confianza en el desarrollo del mercado de capitales del país, y que todos habían acordado mantener el desarrollo estable del mercado bursátil". Al mismo tiempo, surgieron detalles de una recapitalización de los bancos estatales para que financiaran infraestructura.

Después de que el PIB del segundo trimestre alcanzara justo la meta de 7%, economistas del sector privado cuestionaron la veracidad de los datos. La economía se expandió 6,3% en el primer semestre, según estimaciones de economistas encuestados por Bloomberg este mes.

Sorpresiva devaluación

Mientras tanto, China mantenía su impulso para que el yuan ingresara a la canasta de divisas de reserva del FMI, conocida como Derechos Especiales de Giro, junto con el dólar, el euro, la libra y el yen. Para entrar, China debía hacer reformas de mercado, como liberar su tipo de cambio, fuertemente controlado.

Un informe del FMI a principios de este mes aseguró que China tenía más trabajo que hacer. El fin de semana posterior, China informó que sus exportaciones cayeron 8,3% en julio frente al año anterior.

Lo que siguió después fue un acontecimiento trascendental para los mercados globales. El 11 de agosto China adoptó un tipo de cambio más flexible y dijo que permitiría que el mercado jugara un rol mayor en establecer el valor del yuan.

La sorpresiva medida provocó la mayor depreciación de la moneda en dos décadas e hizo caer las bolsas de todo el mundo. Surgió un acalorado debate sobre si la decisión era una reforma de mercado o una apuesta por impulsar las exportaciones, o ambas.

La confusión reflejó un cambio de dinámica detrás de bambalinas. Desde que asumió como jefe del Partido Comunista en noviembre de 2012, Xi ha amasado un mayor control de la política económica al presidir dos grupos clave, uno de reformas y otro de asuntos financieros y económicos, que generalmente son liderados por los primeros ministros. Li, con un doctorado en economía, se ha visto opacado por Xi, que estudió ingeniería química.

A pesar de la debacle bursátil, el gobierno de Xi puede demostrar cierto éxito. El gasto de los consumidores y los servicios se están manteniendo. El problema es que no están haciendo lo suficiente para llenar el vacío dejado por la caída de la inversión.

Las autoridades han desplegado estímulo fiscal tan juiciosamente como ha podido, en un esfuerzo por evitar los errores de los presidentes anteriores Hu Jintao y Wen Jiabao.

En una señal del ejercicio de equilibrio que las autoridades están intentando realizar, dejaron de intervenir en la bolsa, dijeron fuentes a Bloomberg. En su lugar, el banco central recortó nuevamente las tasas el martes y está interviniendo en el mercado cambiario para apuntalar el yuan.

En su reunión en Jilin en abril, Li prometió verificar el progreso antes de fin de año. De que la provincia, y la nación logren cumplir las metas de Li dependerá cómo la historia juzgará a la "nueva normalidad" y sus arquitectos.

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