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La Celac enfrenta duro reto en La Habana

domingo, 26 de enero de 2014
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Concertar posiciones comunes para impulsar planes sociales contra el hambre y la pobreza, con justicia, igualdad y equidad, son los temas más importantes.

La cumbre de presidentes plantea la interrogante de si la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) tendrá la capacidad de combinar todas las energías superpuestas en la región, dándoles un sentido homogéneo, considerando sus similitudes y diferencias, en un escenario donde conviven procesos con medio siglo de vida como la Comunidad Andina (CAN), y otros como la propia Celac, con apenas dos años de vida.

Si bien en el comienzo de la segunda década del siglo 21, América Latina y el Caribe se presentan ante el mundo con una intensidad de relaciones entre sus estados superior a la alcanzada en cualquier momento de sus 200 años de vida independiente, la muerte del líder bolivariano Hugo Chávez (sumada a la desaparición del ex presidente argentino Néstor Kirchner) parece haber dejado el proceso integrador regional sin su principal locomotora.

Más allá de la declamación sobre el legado de los Libertadores, el sistema integrador regional no pasa por su mejor momento, con el desmantelamiento de la CAN, el éxito de la derecha paraguaya en frustrar las esperanzas de que la presidencia pro témpore en manos -por primera vez- de Venezuela marcara los caminos de una renovación del Mercado Común del Sur (Mercosur), las enormes dificultades de la Unasur en consensuar la designación de un secretario general, y la ofensiva conservadora con formatos de integración dependientes como la Alianza del Pacífico, como ejemplos.

Lo cierto es que el lanzamiento de la Celac da cuenta de un profundo cambio en la región, que se permite buscar su propia agenda y orientar su destino, sin copiar otros modelos de integración. La economía de los 33 países que la integran constituye la tercera más grande y potente del mundo con $6,06 billones y su PIB en 2012 creció 3,1%. En la última década se concretó en la región una ampliación de los objetivos de lo meramente comercial a propuestas de orden cultural, productivo, social y ambiental. Mercosur, Aladi, CAN y Sica dan cuenta de esta nueva realidad, mientras que Unasur y la Celac se muestran como una propuesta en otro nivel, que incluye a las anteriores. Sólo la Alba plantea un modelo distinto de comercio, basado en la solidaridad, reciprocidad y transferencia, pero se trata también de un esquema lanzado con la idea de ser combinado con otros procesos de integración. Si bien en estos procesos se observa una fuerte y constante presencia del componente intergubernamental y del peso de las figuras presidenciales a la hora de definir las políticas, con la regla (no siempre efectiva) del consenso, débiles institucionalidades que no parecen afectadas por las diferencias ideológicas sino por la burocracia, parecen trabar las potencialidades de los procesos.

Para esto es imprescindible reafirmar el proyecto de la Celac buscando coincidencias, coordinando esfuerzos de los diferentes organismos subregionales, y actualizando y renovando la arquitectura institucional -un poco errática- que se viene construyendo en América Latina y el Caribe hace ya más de 50 años.

Se trata de espacios vigentes, que compiten en un permanente juego de diferenciación y complementación, pero que trabajan todos en la construcción de nuevas relaciones e identidades -andina, centroamericana, caribeña, suramericana-, todas ellas superiores a las identidades nacionales y englobadas en el planteamiento de un subcontinente unido, en democracia, paz e igualdad.

América Latina y el Caribe, el tercer mayor productor de energía eléctrica y el entorno de mayor diversidad biológica del planeta, alberga casi la mitad de los bosques tropicales del mundo, 23% de las áreas forestadas, más de 30% de toda el agua dulce disponible y, aproximadamente, 40% del total de recursos hídricos renovables. Allí, estados como Ecuador, Venezuela y Bolivia han recuperado el control de sectores estratégicos, y destinan esos ingresos a áreas como educación, salud y alimentación.

Lo previsto para La Habana

El documento central a firmar en la cumbre de La Habana sucederá al de 73 puntos suscrito en Santiago de Chile en enero de 2013, el cual fijó el rumbo para la integración política, económica, social y cultural de la región, acorde con su tiempo.

Durante el último año, bajo la presidencia cubana, han tenido lugar varias reuniones ministeriales con agendas centradas en las prioridades de la región, además del acercamiento a estados y bloques de otros continentes como Rusia, China, Japón, Corea del Sur y el Consejo de Cooperación de los Países Árabes del Golfo.

Concertar posiciones comunes para impulsar planes sociales contra el hambre y la pobreza, teniendo como norte la soberanía alimentaria y una integración con piso social de justicia, igualdad y equidad, figuran entre los temas más importantes de la Cumbre habanera. Otros temas son los de la descolonización y la defensa de la región, además de la superación de conflictos que subsisten entre varios países.

Además, los Estados presentarán sus planes de acción para paliar y solucionar las deudas sociales del continente.

La dura tarea de la construcción

Construir la Celac como una comunidad que integra a distintas subregiones y países, y como un actor imprescindible en un mundo configurado por bloques, es una labor histórica que está plagada de vallas, donde será necesario apelar a altas dosis de voluntad política, creatividad y perseverancia. La decisión de conformar un espacio común sería la demostración necesaria de que no se trata sólo de utopía, sino de una ruta que confirme que es posible comenzar a desarrollar políticas públicas regionales. El paisaje de esta reinvención latinoamericano-caribeña está marcado por la declinación de una Europa sumida en una persistente crisis, la abrupta caída de la credibilidad de Estados Unidos, los sorprendentes cambios político-económicos chinos y la supervivencia de un sistema económico mundial generador de desigualdades e inequidades.

Esta reinvención implica obligadamente una nueva redefinición en el mundo, en el que abandone su lugar como “patio trasero” de Estados Unidos y la construcción de foros y entidades regionales sin presencia de Washington y la diversificación de las relaciones económicas, comerciales y tecnológicas con naciones que, en otras zonas del planeta, le hacen contrapeso geopolítico, como China, Rusia e Irán.

¿Cuáles son los requerimientos y plazos para que la región se erija en un territorio libre de hambre, analfabetismo, indigencia y miseria? Quizá la cumbre de La Habana pueda dar respuestas.

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