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No se aprecia un final a la vista para la crisis política de varios meses en Ucrania tras la muerte de más de una veintena de personas y más de 600 heridos en los últimos enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas gubernamentales iniciados el pasado martes.
Los continuos disturbios señalan la dura realidad de que ni el presidente Viktor Yanukovych ni la oposición han encontrado una solución a la actual crisis.
El actual gobierno parece haber perdido el control de la situación luego que las concesiones que ha realizado no consiguieron calmar a los enfurecidos manifestantes.
La oposición, que intenta aprovechar a su favor los sentimientos antigubernamentales de los ciudadanos, tampoco tiene control sobre los acontecimientos.
La marcada división nacional es un reflejo del dilema diplomático y geopolítico de esa nación de Europa del Este que se ha visto forzada a decidirse entre Occidente y Rusia desde su independencia en 1991.
La crisis ucraniana comenzó tras la decisión de Yanukovych de posponer un acuerdo de asociación con la Unión Europea (UE) en noviembre, para favorecer los vínculos con Rusia.
El presidente explicó que la decisión se basaba fundamentalmente en consideraciones económicas, pero fue calificada rápidamente de estratagema pro-Moscú por parte de la oposición pro-Occidente. Con la prensa occidental amplificando la noticia como una decisión de un único sentido, la división política de la nación se transformó muy pronto en protestas violentas y enfrentamientos sangrientos.
Atrapada entre Rusia y una ampliada UE, Ucrania ha intentado arduamente por años lograr un equilibro en sus relaciones con sus dos grandes vecinos.
Empero, la política de equilibrio no funcionó bien y existen crecientes señales de una mayor intervención extranjera directa. El jueves, los ministros de Exteriores de Francia, Alemania y Polonia viajan a Kiev para reunirse con Yanukovych antes de regresar a Bruselas para asistir a un encuentro de los 28 cancilleres de la UE con el propósito de determinar sanciones por los hechos violentos de la noche del martes.
En un sentido más amplio, la crisis ucraniana tiene tintes de residuo de la Guerra Fría pues muchos en Occidente aún consideran a Rusia como una parte ajena y desean absorber a los países que tienen relaciones tradicionales con Rusia, como Ucrania, bajo su radio de influencia.
Tal actitud solo incrementará el sentimiento de inseguridad de Rusia. Y el efecto colateral de los enfrentamientos de titanes en un país de tamaño medio como Ucrania sería la inestabilidad política.
Pese a que Ucrania está atrapada en el actual caos, muy pocos esperan que en el futuro pueda encaminarse en una política exterior de un solo sentido.
También existen dentro de Ucrania llamados a favor de una política exterior independiente basada en los intereses nacionales que resuenan entre otros países en vías de desarrollo con un creciente sentido de autodeterminación y autosuficiencia.
Los acontecimientos demuestran que la intervención foránea enviará una señal errónea a las partes enfrentadas en Ucrania y provocará una mayor separación en la ya dividida nación.
Al final, corresponde a los propios ucranianos denunciar la violencia, emprender un diálogo sincero y acordar qué es lo mejor para el país. El proceso podría ser difícil y largo, pero de seguro sería también el más esperanzador.
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