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El origen de la construcción de un modelo de competitividad

miércoles, 27 de noviembre de 2013
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Carlos Alberto Plata Gómez

La experiencia reciente de otros como Estados Unidos o Finlandia, que es el séptimo país del mundo en el ranking de competitividad y ejemplo de armonización de la investigación básica y aplicada, son experiencias centenarias que vale la pena evaluar para aprender de ellas.

Desde el 31 de Julio de 1790, día en el que se otorgó la primera patente a Samuel Hopkins para la fabricación de potasa y carbonato de potasio, el Presidente George Washington y su secretario del Tesoro, Alexander Hamilton con sus posturas proteccionistas, entendían perfectamente cómo evolucionaría el mundo de las “artes útiles” y de invención  competitiva.

Primero Benjamín Franklin como científico y posteriormente los ex presidentes John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, Abraham Lincoln, Ulysses Grant y Franklin D. Roosvelt, fueron promotores decididos de la economía del conocimiento y de la innovación.

En 1911 la oficina de patentes superó el millón de patentes y, en 1999, se habían otorgado ya seis millones.

Hay que repasar el Morrill Act y entender cómo surgieron los colegios industriales tanto como la importancia que se les dio, en su momento, a los laboratorios como la vía para cohesionar a un país generando sentido de pertenencia, arraigo, autoestima e identidad nacional.

Laboratorios industriales

En 1853 el profesor Jonathan Turner, después el senador Lyman Trumbull de Illinois y el representante Justin Morrill de Vermont, concibieron el más ambicioso programa para desarrollar el conocimiento científico y tecnológico.

El señor Morrill debió padecer toda clase de vetos, inclusive del presidente James Buchanan hasta que, finalmente, el presidente Lincoln, con enorme visión y liderazgo, viabilizó el “Morral Act” en 1862. Posteriormente, el mismo Presidente Ulysses Grant le dio mucha más fuerza, no solo como una especie de reforma agraria sino como programa educativo con más presupuesto, crédito y por sobre todo, laboratorios.

Hoy existen más de 700 laboratorios Federales y se ha reformulado el proceso de innovación trabajando más en las técnicas y estrategias de comercialización y en la calidad del producto final. La patente no es sinónimo de innovación si la misma no se desarrolla y se comercializa.

Se han promovido Alianzas Estratégicas para la innovación y centros de cooperación industria – Universidad, estimulando la interacción y el intercambio de conocimientos entre diferentes actores.

Desde 1970, las actividades conjuntas Gobierno-Industria-Universidad van más allá de invertir en investigación básica y, a partir de la ley de promoción de la cooperación en investigación “The Nacional Cooperative Research Act”, la ley “The Omnibus Trade and Competitiveness Act of 1988” y de diferentes incentivos fiscales, se han facilitado más de 1.000 Acuerdos de Cooperación promoviendo las redes interconectadas con sistemas de información que vinculan laboratorios, empresas, instituciones sin ánimo de lucro, universidades y al mismo Gobierno, a través de diferentes instancias, como es el caso del Departamento de Defensa (Defense Advanced Research Projects Agency – Darpa).

A partir de 1980 la ley Bayh-Dole permitió a los organismos de investigación sin ánimo de lucro patentar y comercializar tecnologías desarrolladas con Fondos Federales.

Gracias a un modelo de interacción, de financiación, de contratos y subcontratos federales, se han consolidado pequeñas empresas que generan más de 70% de los nuevos empleos en Estados como California.

No hay que olvidar que Estados Unidos es un país de inmigrantes, multicultural y pluriétnico, que logró construir un modelo de competitividad, productividad, crecimiento, equidad y capacitación del intelecto, a partir de la propiedad intelectual y de los colegios industriales que fueron el origen de universidades como Illinois, Michigan, Cornell, MIT, etc.

Ellos tuvieron muy claro que, si querían pensar en una civilización, debían generar conocimiento. No se puede hablar de desarrollo sin investigación como tampoco se puede pensar en ser competitivos sin innovación ni crédito.

Para tramitar una patente internacional se debe acceder a un laboratorio acreditado,  sustentar la solicitud con rigor conceptual y metodológico, tener buenos asesores legales, saber proteger la información y lo que el profesor Joseph NYE llama “capacidad diagnóstica intuitiva” para entender lo que significa el peso muerto de los intereses creados.

La tecnología está moldeando hoy gran parte de la historia y del comportamiento humano. Ni Colombia, ni Latinoamérica pueden ser idiotas útiles o servirles de comparsa o de yunque a países o multinacionales que, simplemente, nos ven como un segmento del mercado.

Abrir las puertas a un mercado como el nuestro debe ser sinónimo de reciprocidad en términos de transferencia de tecnología, formación de capital humano, estímulo a la industria nacional e inversión en laboratorios.

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