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Competitividad del agro y su relación con el desarrollo rural

sábado, 15 de marzo de 2014
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Jorge Higinio Maldonado

Mucho se ha discutido sobre la competitividad del agro en Colombia y particularmente sobre las causas del pobre desempeño del sector en los últimos años.

Entre las múltiples razones para explicar este hecho se encuentran causas exógenas, como los cambios en los precios internacionales -resultado de las crisis, la recomposición de la demanda mundial y el auge de los biocombustibles-, o las políticas internas de otros países con fuerte apoyo a sus agricultores; y causas endógenas, como el escaso desarrollo en vías de comunicación del país, la lenta difusión y adopción de tecnologías, la baja cobertura del riego y el limitado diseño y fomento de estrategias para la diversificación y la protección de los agricultores contra riesgos, entre otras.

No obstante, poco se ha debatido respecto al error histórico de separar el sector agrícola del entorno rural y natural en donde se desarrolla. Y esto tiene al menos dos consecuencias.

En primer lugar, si prestamos atención solo a la actividad agrícola, los objetivos de política se encauzan a mejorar la productividad y esto desemboca en el camino fácil: otorgar subsidios a la producción agropecuaria, favoreciendo principalmente a los sectores con más capacidad de cabildeo. Desde hace varios años lo venimos resaltando: el agro debe verse inserto dentro del sector rural y el desarrollo rural como una batería de herramientas que atiendan las necesidades del campo. Nuestros campesinos no solo producen alimentos; también estudian, necesitan servicios de salud, leen, se recrean, usan teléfonos celulares e internet, y si no tienen acceso a estos servicios básicos y la infraestructura que les permita desarrollarse, no podemos esperar que sean competitivos para ofrecer sus bienes en el mercado internacional.

En segundo lugar, estos ciudadanos rurales tienen en sus manos una de las mayores riquezas del país: nuestros sistemas naturales y los servicios ecosistémicos que ellos proveen.

La provisión de estos servicios es fundamental no solo para el desarrollo agrícola sino para los otros sectores de la economía. Sin embargo, los servicios ecosistémicos se están deteriorando a tasas alarmantes debido a la miopía con que los manejamos. Un desarrollo rural acorde con nuestras riquezas naturales debería también incluir esfuerzos por conservar y usar sosteniblemente estos recursos, y aprovechar las ventajas (competitivas y comparativas) que de allí se derivan.

Esa integralidad en el concepto de desarrollo rural mejoraría las condiciones del sector, lo que redundaría en más competitividad y mayores posibilidades de llevar nuestros productos a los mercados internacionales, con una producción diversificada y eventualmente reconocida por sus bondades sociales y ambientales. Basta ver el Acta Agrícola que se acaba de firmar en los Estados Unidos: 80% de los recursos se destinan a la nutrición (seguridad alimentaria), 8% a mecanismos de aseguramiento para los productores y 6% a la conservación de la base natural.

La Misión Rural que se prepara en el país no puede desconocer este concepto integral del campo, y debe aprovechar el momento histórico de los acuerdos de paz que se acercan, para proponer un desarrollo rural que considere el desarrollo económico y social de los pobladores rurales, y en el que el ambiental forme parte de la agenda, lo que en últimas nos hará más competitivos en los mercados mundiales.

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