Estabilidad

Se encuentra con facilidad en la mesa de conversación cotidiana y en las plegarias de los fieles, asoma con determinación en el momento de tomar decisiones laborales, afectivas y económicas; la asociamos con equilibrio, seguridad y calma, la postulamos como meta en el horizonte de nuestros pendientes, pero pocas veces nos preguntamos, qué significa en realidad, de qué está compuesta, y en qué debe basarse para poder cumplir su función, cualquiera que ella sea.

¿Qué es la estabilidad y dónde se encuentra? ¿La estabilidad es tener un empleo fijo? ¿Un matrimonio duradero? ¿Una rutina que se repite? ¿Está en el saldo en negro de una cuenta bancaria? ¿En las propiedades adquiridas? ¿En una agenda llena de planes? ¿En todas las anteriores? o ¿Es solo una ilusión bien maquillada y hace parte de un espejismo que se desdibuja ante el primer temblor?

En tiempos particulares donde las fricciones políticas fracturan la democracia, los sistemas económicos no garantizan bienestar, la desigualdad rompe el tejido social, la tecnología transforma nuestra forma de vivir y el narcisismo de los líderes pone en jaque la cordura del mundo, es natural encontrar confusión y ansiedad con respecto a la interpretación de la estabilidad y su real significado.

La estabilidad luce como destino para algunos y como lujo para otros.
Lama Rinchen, maestro budista de origen tibetano con amplia presencia en América Latina, quien además visitó Colombia recientemente para dictar uno de sus seminarios, expone con un bello planteamiento sobre la estabilidad, el cual llamó poderosamente mi atención y considero, trasciende y responde a varias de las preguntas aquí formuladas. Probablemente a todas.
Dice lama Rinchen:

“La estabilidad solo puede sostenerse sobre la autoestima.”
Reflexivo y contundente.

No habla de una autoestima inflada ni ególatra, sino de una relación clara, serena y respetuosa con uno mismo. Una certeza íntima de que valemos, incluso cuando no ganamos. De que podemos, incluso cuando dudamos. De que merecemos, incluso cuando nadie nos aplaude.

La estabilidad no viene de lo que se posee ni de lo que se logra, viene de lo que se es.

Si lo que nos sostiene es el reconocimiento externo, la rutina, el afecto de los otros- por legítimos que sean-, entonces la estabilidad no es más que una fachada. Basta que algo de eso se mueva, y todo se viene abajo.
En cambio, cuando la estabilidad se construye desde adentro, desde un aprecio real por quien soy, se vuelve raíz; en consecuencia, pueden venir momentos turbulentos, pero la raíz permanece.

Esa exposición nos invita inmediatamente a reformular la inquietud; la pregunta no es “¿cómo tener una vida estable?”, sino “¿cómo volvernos personas estables?”.

Tal vez la estabilidad no sea entonces un destino sino una práctica, y al serlo, deja de ser un elemento de control y permanencia, el cual se constituye con amplia fragilidad estructural y pasa a convertirse en un modo de relación con uno mismo.

La bailarina en la cuerda floja no reviste nada estable bajo sus pies; su estabilidad está en su respiración, en su concentración, en su eje interior. El emprendedor que, después de una y otra caída, ha aprendido a sostenerse a pesar del error. El padre o la madre que, aun con incertidumbre o dificultades económicas, prepara el desayuno, cruza la calle con sus hijos y les sonríe con ternura.

Así, la estabilidad no puede ser lo que pasa cuando todo está en su sitio, o lo que se mantiene cuando nada sucede; la estabilidad está en todo lo que cultivamos y en lo que nos permite no soltarnos de nosotros mismos mientras todo se mueve. Como quien, en medio del caos, se respeta y aprende por fin a ser su propio hogar.