Amae

El individualismo es un móvil evidente en la sociedad de hoy; marca un camino, dicta unas reglas, propone un estilo y tiende a reducir la vida a una permanente y vacía exhibición de logros personales. Vivimos en una cultura que glorifica la suficiencia. Todo parece empujarnos a demostrar que no necesitamos de nadie, que somos capaces de alcanzar todo solos y que el triunfo personal basta como sentido y propósito de vida. El valor de cada uno tiene que ver más con lo que se acumula que con lo que se comparte.

Interesarse en la felicidad de los demás se ha convertido en un gesto contracultural y, como tal, en una acción que desafía un comportamiento, dominante, y no es un detalle menor ni un acto ingenuo: es un modo de revelarse frente a una sociedad.

No se trata de acciones amables o de cortesías efímeras; se trata de comprender que el verdadero valor de un ser no está solo en lo que logra para sí, sino en lo que es capaz de construir en otros: firmeza, dignidad, seguridad, confianza, determinación, compasión, inspiración, alegría, entusiasmo, pasión, fuerza, etc. Esa construcción es invisible, pero sin duda, es la que sostiene la existencia y la vida en común.

No podemos olvidar una verdad elemental: ningún ser humano puede sostenerse sin otros.

Investigando sobre cómo las comunidades pueden mantenerse en pie frente a la adversidad y la ruptura, encontré en la cultura japonesa un bello término, vale la pena decir, uno de los millones de términos y conceptos valiosos que reposan en su sabiduría milenaria: Amae.

El Amae connota una poderosa disposición a dejarse cuidar o sostener y, al mismo tiempo, cuidar o sostener a otros. Advierte un amparo mutuo natural que no está basado en la debilidad; es un tipo de arquitectura relacional que se desarrolla en lo que cada uno construye en los demás y en lo que permite que los demás construyan en ellos.

El Amae no contempla una dependencia negativa, pero sí cuestiona el exceso de autosuficiencia y lo entiende como causa que resquebraja el sentido de unidad y el fundamento esencial de la vida para poder sortear momentos complejos.

Desde esa perspectiva, esta columna se convierte en una amable invitación a contrarrestar el desbordamiento de la independencia absoluta, para construir en otros aquello que los hace más fuertes, y aceptar así que nuestra propia plenitud depende también de esa construcción mutua.

Interesarse por la felicidad ajena puede ser el principio de la felicidad propia. Revelarse frente al individualismo contemporáneo significa asumir fundamentalmente otra forma de ser individuo, probablemente más auténtica y sensible, pues una cosa es tener un constructo valioso de autoestima y otra muy distinta desconocer que la vida compartida es la única vida posible.

En evidencia, carecemos de Amae, de sentido de unión y protección; desconocemos que el valor de la interdependencia le puede dar sentido sólido a un proyecto colectivo, de familia, de empresa o de patria, pues la esencia de una sociedad no está en la suma de triunfos individuales, sino en lo que sus miembros son capaces de construir en los demás.