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Analistas 11/08/2025

Enajenación del ser, revolución y la pintura

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Mario Vargas-Llosa (1936-2025) fue un prolífico y erudito escritor, especialmente ligado a la historia-novelada de América Latina, aprovechando su profundo entendimiento socio-económico del Perú. Fue galardonado con los premios más destacado de literatura, como el Nobel (2010), Cervantes (1994), Asturias de España (1986) y Rómulo Gallegos (1967).

Mario fue generoso con su saber y sus éxitos, promoviendo el arte en todos sus géneros (incluyendo el teatro y la pintura); entre sus deleites más preciados estaba el regentar una fascinante cátedra literaria en la Universidad de Princeton y decía que uno de sus mayores orgullos era haber sido admitido como miembro de la academia de la lengua francesa en 2023 (sin ser el francés su lengua original).

Un bárbaro en París, de Mario Vargas-Llosa
LR

Su fallecimiento (abril-2025) me tomó finalizando la lectura de dos de sus fascinantes obras. Una está referida a “los revolucionarios modernos de Francia”, donde contrasta dichos sueños izquierdistas con la realidad, con especial atención a los casos de Sartre, Camus, Aron y Revel. En particular, Mario aprovechó la celebración del centenario del nacimiento de Jean-Paul Sartre (en 2005) para escribir un lúcido ensayo sobre el significado de la filosofía y práctica política de Sartre (2023, “Los compañeritos” en “Un bárbaro en París”).

El momento político de Colombia resulta apropiado para hacer reflexiones sobre esa “praxis-política” y la realidad. La paradoja histórica radica en que quienes cotejaron los principios filosóficos contra la realidad, como Raymond Aron y Jean-François Revel, no fueron homenajeados en sus centenarios. En cambio sigue el mundo de lo superfluo-izquierdista embelesado con Sartre allá y con Petro aquí como los mejores exponentes de la ineptitud gerencial (… solo discursos).

El inmediatismo noticioso prefirió el glamour de Sartre que la vía práctica de Aron: “preferible equivocarse con Sartre, que llegar a tener la razón con Aron (… ¿el aburrido?)”. Pero, afortunadamente, la historia ha tendido a reivindicar a Aron a través de su discípulo Revel (1924-2006), siendo este de la escuela de George Orwell al advertir que, como en su obra “1984”, el totalitarismo chino-soviético era una profunda amenaza para la democracia y el capitalismo libertario. Argumentaba Revel (1970, “Ni Marx ni Jesús”) que la imposibilidad del objetivo de Estado comunista radicaba en estar cercenando la libertad y la crítica; de allí la imposibilidad de alcanzar “la etapa superior” del socialismo postulado por Marx.

Si bien la hegemonía comunista no llegó a concretarse, la obra de Revel continúa teniendo relevancia a instancias de los graves ataques rusos a Ucrania (en 2014 y nuevamente en 2022). A la fecha, el poderío económico y libertario de Occidente, tal como lo postularon Aron, Revel y Popper, nos ha salvado del fundamentalismo del PC-chino-soviético. Pero este triunfo de “las sociedades abiertas”, tras la caída del muro de Berlín en 1989, ha resultado tan solo temporal, pues las amenazas autocráticas están nuevamente aquí con Putin y Xi-Jinping.

En el “El paraíso en la otra esquina” (2015), Vargas-Llosa entrelaza esos hechos históricos a través de la dura vida de Flora Tristán como activista obrera en Londres, París y Lyon, al calor de la revolución industrial de 1844. Flora viene a ilustrar esa fase cruel del capitalismo explotando niños y mujeres, lo cual clamaba por una revolución a favor de la “seguridad social”, regulando jornadas laborales y cubrimiento pensional y en salud. Afortunadamente, esto es lo que ha ocurrido en la mayoría del mundo Occidental (1945-1990) y no la perniciosa “dictadura del proletariado”.

Haciendo uso de su mejor creatividad, Mario establece allí un vínculo entre esos reclamos socialistas de Flora con la convulsionada vida de Paul Gauguin. Gauguin estableció fue una revolución artística renunciando a su exitosa vida como banquero en Paris-Berlín (1871) e inició sus aventuras artísticas en islas del Pacifico, especialmente en Tahití.

Y entonces, más allá de los vientos revolucionarios socialistas de Flora o artísticos de Paul, ¿cuál es el vínculo entre la Tristán y Gauguin? Pues resulta que Flora era la abuela de Paul y tenía vínculos pasando por el Perú (de allí el interés de Vargas-Llosa). Esto debido a que los padres de Gauguin (a sus 4 años) se mudaron a Lima en señal de protesta por el golpe de Estado dado por Louis Napoleón. De esta manera “El paraíso” en la otra esquina es en realidad un sufrimiento tanto para la abuela Flora como para su nieto Gauguin, pero cada cual realizado en su “mantra de vida”: la revolución social, de Flora, y la revolución artística, de Paul.

Allí relata Mario que la influencia de los pueblos indígenas le llegó al arte impresionista de Gauguin de la mano de Camile Pissarro, quien era originario de la Isla de Saint-Thomas en el mar Caribe. Y, a través de Camile, le llegó la inspiración de lo autóctono a Paul Gauguin, quien conoció cerámicas provenientes del Urubamba en el Perú, mientras lideraba exposiciones de arte impresionista en el Museo de Trocadero en París, en 1879. A pesar del éxito de Paul Gauguin en la conquista del emergente arte impresionista (al lado de Degas, Manet y Monet), su atracción por lo primitivo lo llevaría a transformar totalmente su enfoque pictórico y de vida en las islas de Tahití.

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