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Analistas 22/08/2019

La inmigración venezolana

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda

La presencia de un número considerable de inmigrantes venezolanos es un aspecto relativamente reciente de la actualidad económica y social colombiana. La intensidad de los flujos migratorios a partir del año 2015 ha requerido hacer un aprendizaje sobre la marcha. Colombia no ha sido tradicionalmente un país receptor de extranjeros. Por lo tanto, el sector gubernamental carecía de instrumentos y de experiencia para procesar la llegada de cifras elevadas de personas. Si bien la cifra de inmigrantes venezolanos parece alta en términos absolutos, como proporción de la población total del país, 3%, no representa una participación desmesurada.

Lo que sí es novedoso es que en vez de haber ocurrido gradualmente, a lo largo de varias décadas, esa inmigración ha tenido lugar en breve tiempo. Ante una situación inusitada e imprevisible, las autoridades y la sociedad han respondido con flexibilidad. La economía ha demostrado tener la suficiente resiliencia para absorber el impacto del incremento en el tamaño de la fuerza laboral.

Dicho esto, la presión adicional sobre los servicios de salud, educación y bienestar infantil originado en las necesidades de los nuevos residentes ha implicado un esfuerzo fiscal considerable. La política económica ha tenido que hacer el ajuste a un choque externo de cierta magnitud. Ciudades de la región fronteriza como Cúcuta y Maicao han recibido con especial severidad el impacto del desplazamiento migratorio.

Hay experiencias exitosas de adaptación a incrementos de flujos migratorios súbitos que pueden resultar relevantes. En 1962, al obtener la independencia Argelia, después de una cruenta guerra, llegaron a Francia un millón de colonos europeos, además de varios centenares de miles de argelinos que tuvieron que huir de su país por haber sido colaboradores del régimen colonial francés. Francia logró absorber este flujo migratorio y mantener un ritmo de crecimiento satisfactorio durante el resto de la década.

En 1975, al concluir de manera abrupta y desordenada su sistema colonial en Angola y Mozambique, Portugal, con una economía menor a la de Colombia, tuvo que recibir a cerca de medio millón de repatriados, cifra que representaba algo más de 6% de la población total del país. No obstante, Portugal estuvo en capacidad de llevar a cabo la transición a la democracia, e ingresar a la Comunidad Económica Europea en 1986. Estos ejemplos dan pie para recibir con una dosis de escepticismo las afirmaciones de algunos observadores internacionales de que la inmigración venezolana amenaza con desestabilizar el país. Colombia registra un crecimiento moderado, que se compara favorablemente con los de Argentina, Brasil y México.

A pesar de los costos insoslayables que conlleva, la inmigración venezolana es beneficiosa. El talento, la energía y el afán de superación de los inmigrantes dinamizan la economía y contribuyen a hacer la sociedad más incluyente y más receptiva a nuevas ideas. La acogida generosa y de elemental decencia, como decía Albert Camus, que se les ha brindado a los inmigrantes venezolanos, además de ser la actitud correcta, es la que a la larga le conviene a Colombia.

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