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Durante las reuniones conjuntas del FMI y del Banco Mundial del mes de abril en Washington, se revisaron las principales tendencias de la economía internacional. Ese evento sirvió de foro para hacer una evaluación periódica de la economía latinoamericana y para poner de presente la diversidad de las situaciones nacionales. A la luz de la experiencia reciente, resultó desafortunada la declaración del Banco Interamericano de Desarrollo en el 2011, de que ésta sería la Década de América Latina. Aún en el caso de que hubiera tenido algún sustento empírico, ese anuncio consistía en una simple profecía, tarea que no le corresponde a un organismo multilateral. Por lo demás, los cambios que han tenido lugar en el entorno internacional han dejado sin fundamento las posturas triunfalistas.
Por unos años, América Latina pudo disfrutar de la conjunción de factores externos que Carlos Díaz Alejandro definía como Nirvana: precios altos para los commodities y tasas de interés internacionales bajas. La metáfora brasileña para describir circunstancias excepcionalmente favorables es ‘mar de almirante y cielo de brigadier.’
Mientras prevalecieron los vientos de la buena fortuna, las economías latinoamericanas recibieron un fuerte impulso. En algunos casos, el impulso externo fue de tal magnitud que permitió incrementar el gesto público y el consumo a ritmos insostenibles. Eso creó la ilusión de que era posible acumular distorsiones de manera indefinida, y descuidar los equilibrios macroeconómicos con aparente impunidad. Los costos de ese comportamiento han empezado a hacerse evidentes.
Venezuela y Argentina ofrecen ejemplos de libro de texto de manejo irresponsable de la política económica y de oportunidades desperdiciadas. A pesar de haber recibido una bonanza sin precedentes por concepto del precio internacional de petróleo, Venezuela enfrenta una coyuntura de crisis económica. La actividad productiva está disminuyendo; las empresas estatales están operando a pérdida; la inflación es de 60 %; hay cuatro tasas de cambio diferentes. El desabastecimiento ha llegado a niveles alarmantes. Para poder adquirir determinadas cantidades de bienes de la canasta familiar en los expendios gubernamentales, se requiere registrar las huellas digitales.
En Argentina, el régimen de Cristina Kirchner se ha visto obligado a asumir las consecuencias del populismo autoritario y de la pérdida de credibilidad causada por datos oficiales falsos. Está teniendo que administrar una inflación de cerca de 40 % anual, sin reconocer que hay inflación. Empieza a implementar un ajuste cuyo nombre se omite, devaluando, elevando tarifas de servicios públicos que estaban congeladas y reduciendo el valor real de los salarios. Con parte de su deuda soberana en moratoria, Argentina sigue teniendo serias dificultades para acceder a fuentes de crédito externo.
La trayectoria declinante de estos dos países deteriora el promedio latinoamericano. Contrasta con el desempeño de países que han aplicado políticas económicas menos imaginativas. Lo cual sugiere que tal vez no sea mala idea mantener la disciplina fiscal y monetaria, dejar operar el sistema de precios, abrirse al comercio internacional y promover la actividad empresarial competitiva que caracteriza a una economía de mercado moderna.