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Cuando parecen abrirse camino llamados a la intransigencia y apelaciones al rencor, conviene recordar algunos ejemplos que revelan la capacidad para resolver conflictos y perdonar las flaquezas humanas. Si se logran evitar actitudes extremas, emergen las condiciones para que prevalezcan la mesura y el buen juicio. El primer episodio proviene de la experiencia política; el segundo corresponde al mundo artístico.
A comienzos de la administración Lleras Restrepo, tuve un encuentro inesperado y poco grato con el recién nombrado Embajador en Argentina, Lucio Pabón Núñez, quien salía del despacho presidencial al tiempo en que yo entraba. El nuevo diplomático era un personaje de extrema derecha quien se había hecho tristemente célebre por sus fechorías como protagonista de la violencia partidista en Santander del Norte. Su nombre evocaba en la opinión culta del país una repugnancia comparable a la que inspira en la actualidad el procurador Alejandro Ordóñez. El presidente Lleras, tal vez intuyendo mi sensación de desagrado, me dijo: “Rodrigo, estos son los sapos que uno tiene que tragarse en aras de la reconciliación nacional”.
Durante la época del auge cultural que coincidió con el surgimiento de las grandes figuras de la pintura colombiana, ocurrió un escándalo artístico en Bogotá. Se descubrió que un pintor conocido, pero bastante menos cotizado que Alejandro Obregón, había estado vendiendo versiones hechizas de la obra del maestro barranquillero. Luego de este hallazgo, una delegación de personalidades del ámbito cultural de la capital, quien actuaba de comitiva de Alejandro Obregón, se presentó en la oficina de Bernardo Gaitán Mahecha, un prestigioso abogado penalista, a denunciar lo que había sucedido. Luego de enterarse con la formalidad debida de los pormenores de la infracción, y de la identidad del autor, Gaitán emitió su concepto: “Este es un caso sencillo. Aquí se ha cometido un fraude, un fraude similar a la falsificación de un billete de banco. Ése es un delito cuya sanción está contemplada en el Código Penal. Maestro Obregón, si usted me da un poder, yo me encargo de hacer meter a la cárcel al responsable”. Obregón se despidió de su distinguida comitiva para tratar los detalles pertinentes con su abogado.
Cuando estaban a solas le preguntó: “Doctor Gaitán, no es posible solicitar una sanción menos drástica?”. “Maestro Obregón, la ley penal estipula que ese delito tiene como sanción la pérdida de libertad. Por qué prefiere que se le imponga una más suave?” “Es que cuando yo era estudiante de arte en Barcelona, también produje mis Picassitos”. La solución alternativa adoptada fue la siguiente: El autor de las imitaciones se comprometió a no volver a hacerlo; y en los cuadros hechizos se colocó su verdadero nombre, con la leyenda Al estilo de Alejandro Obregón. En esa forma se dio por terminado el pleito. A manera de honorarios, Obregón le hizo llegar a su asesor jurídico uno de sus cuadros, ése sí, auténtico. Gaitán comentaba después que esos eran los honorarios más altos que había recibido en su actividad profesional.
La evaluación de desempeño no debe ser un juicio, sino una oportunidad de conexión, desarrollo y alineación. Mejorarla no requiere solo cambiar formatos
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Construir vínculos sólidos exige visión, intención y método. Se parte de una convicción: no se lidera desde la distancia ni desde el control, sino desde la empatía, la escucha activa y la coherencia