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Analistas 15/06/2017

Darle sepultura a Unasur

Rodrigo Botero Montoya
Exministro de Hacienda
La República Más
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Cuando una organización internacional ha perdido la razón de ser, no tiene sentido prolongar su existencia.  Debe liquidarse en forma ordenada, a la mayor brevedad posible.  Ese es el caso de Unasur, entidad cuyas premisas fundacionales han dejado de existir.  Unasur surgió como una iniciativa para promover la Revolución Bolivariana a través de un foro regional en tiempos del auge petrolero, cuando la cercanía ideológica con Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner le permitía a Hugo Chávez referirse al Eje Caracas- Brasilia- Buenos Aires.  Además de servir como instrumento de propaganda política del régimen venezolano, Unasur tenía dos propósitos geopolíticos: excluir a México de la región y debilitar a la OEA.   Las tres premisas contribuían a favorecer el proyecto anti-americano de Hugo Chávez, con el apoyo de los gobiernos del PT en Brasil y de los Kirchner en Argentina.  Unasur es el producto de un momento histórico particular, que ha desaparecido.  En la actualidad, es un cadáver que reclama una piadosa sepultura.

El  régimen venezolano se ha convertido en un paria internacional; excluido de Mercosur, condenado por la Unión Europea, las Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.  En la eventualidad de que se discutiera la crisis venezolana en Unasur, es poco probable que el régimen de Nicolás Maduro pudiera obtener un respaldo significativo.

 La OEA se ha fortalecido como foro hemisférico, con la valerosa actitud y el protagonismo de Luis Almagro, el Secretario General.   México ha hecho valer su legitimidad latinoamericana y su compromiso con los valores democráticos, mediante la acción decidida del Canciller Luis Videgaray.   Por lo demás, lo que está ocurriendo en Venezuela constituye un problema de dimensiones hemisféricas que no es susceptible de ser tratado en un foro geográfico restringido, carente de credibilidad.   El régimen de Maduro se ha degradado de tal manera que ha dejado de ser percibido como un gobierno con visos de normalidad.  Tiene las características de una banda de delincuentes.  Su respuesta a los reclamos populares es el uso indiscriminado de la violencia.  Sus dirigentes están señalados ante la comunidad internacional por crímenes contra la población civil.  Su política internacional se ha reducido a tratar de comprar apoyos a cambio de subsidios petroleros y a insultar a los gobernantes regionales que reclaman elecciones y libertad para los presos políticos.  El colapso económico ha conducido a Venezuela al borde de la insolvencia.

 La prueba de fuerza que se está dirimiendo en las calles de Caracas, y otras ciudades, se origina en el intento del régimen de perpetuarse dentro de un marco totalitario por medio de una represión sin inhibiciones.  El papel que pueden desempeñar las naciones amigas de Venezuela, y la comunidad interamericana, es apoyar a las fuerzas democráticas que luchan por frustrar ese intento, para abrir el camino hacia un gobierno de transición.  El cumplimiento de esa tarea, en forma responsable y coherente, requiere partir de la premisa que la intervención de Unasur, además de representar un estorbo, es contraproducente.

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