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Las relaciones interamericanas pasan por un mal momento. Esta situación es solo en parte atribuible a las circunstancias inusitadas creadas por la coexistencia de una crisis económica y la pandemia. La actitud de nacionalismo exacerbado y hostilidad hacia los inmigrantes de la administración Trump ha deteriorado las relaciones con las naciones del Hemisferio Occidental, incluyendo a Canadá.
Por diversas razones, los gobiernos de los principales países de América Latina han demostrado carecer de la capacidad para llevar a cabo una acción interamericana coherente. Dos episodios recientes ilustran esa falta de funcionalidad.
Contraviniendo el acuerdo vigente desde la fundación del Banco Interamericano de Desarrollo, el gobierno de Estados Unidos ha postulado la candidatura de Mauricio Claver-Carone, un funcionario del Consejo Nacional de Seguridad, para la presidencia del Banco.
Esa posición siempre la ha desempeñado un latinoamericano; a un ciudadano estadounidense le corresponde desempeñar la vicepresidencia ejecutiva del Banco. Esta iniciativa ha provocado una manifestación conjunta de inconformidad por parte de un grupo de expresidentes de Colombia, Brasil, Chile, México y Uruguay.
No hubo el mismo grado de solidaridad regional por parte de los gobiernos. Hubo, inclusive, un anuncio precipitado de apoyo por parte de un gobierno a la mencionada candidatura. No tiene sentido facilitar un cambio institucional de esa naturaleza para complacer a un gobierno al cual le quedan seis meses de duración y que tiene pocas probabilidades de ser reelegido.
Una respuesta inteligente por parte de los gobiernos latinoamericanos sería promover una gestión conjunta encaminada a prolongar por un año el período del actual presidente del Banco, lo cual permitiría celebrar la elección de su sucesor en el primer semestre del año 2021.
En una conversación con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva del Brasil, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, se lamentaba de no poder contar ahora con el apoyo de Lula, de Néstor Kirchner, de Evo Morales, de Hugo Chávez y de otros líderes políticos de ese estilo, en su empeño por cambiar el mundo. En efecto, la enumeración de estas añoranzas es un reconocimiento de la transformación que ha tenido el mapa geopolítico latinoamericano.
En cambio, el intento de cambiar el mundo desde la Casa Rosada es una señal de desmesura que revela el desconocimiento de la realidad internacional y de la posición relativa de su propio país.
Hugo Chávez tuvo el mismo propósito durante los años del auge petrolero, con consecuencias deplorables para Venezuela. La relación de Argentina con el mundo es la de un país en cesación de pagos sin acceso a recursos de crédito externo. Después de varios años de recesión económica, Argentina tendrá una caída del PIB del orden de 12% en 2020, al tiempo con un ritmo inflacionario cercano al 50% anual. Fernández haría bien en fijarse unos objetivos menos ambiciosos pero más relevantes para el bienestar de los argentinos.
Un requisito indispensable para mejorar las relaciones interamericanas es que los Estados Unidos tengan un gobierno presidido por alguien distinto a Donald Trump.