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Analistas 18/08/2021

Despierta Valle, despierta Colombia

Roberto Rave Ríos
Presidente ejecutivo Laick - Cofundador Libertank

Hace unos días estuve de visita en el Valle del Cauca. El trayecto en carro era largo: Medellín- Cali, 424 kilómetros. Salí de mi ciudad a las 3 de la mañana y en el camino, me detuvo el “pare y siga” entre la Pintada y Versalles. Cuatro horas y media a la espera para seguir el recorrido, cuatro horas y media de conversación con dos conductores de “Tractomula” que llevaban alimento por todo el país. Alexander Cruz y Diego Galeano de la empresa Carga Antioquia. Uno de ellos me comentaba: “nunca paramos, la pandemia no nos detuvo, llevábamos medicamentos, alcohol y alimento a todos los rincones de Colombia. Descansamos poco, hasta los domingos trabajamos, pero así hemos sacado a nuestra familia adelante”. La conversación fue larga, uno de ellos sacó unas galletas para compartir con todos los otros carros de transporte de mercancía que había en la fila. Me conmovió el señorío y la humanidad de esos dos conductores, su forma de ver el trabajo, su generosidad, su amor por Colombia y lo bien que hablaban de su empresa.
Entrando por el camino de Pereira hacia el Valle, me sorprendieron las vías. Pensaba cómo pensamos los Colombianos mediocres y negativos: “¿esto es Colombia? Estas vías son de otro país, este no parece mi país”, me respondía en mi interior. Desde la salida de Pereira hasta la entrada a tierras caleñas no conté un solo hueco. La bordeaban grandes cultivos, el paisaje era el de una nación desarrollada.

Camino arriba y por un error de ubicación ingrese a Cali por la vía “Juanchito”, una carretera oscura y un poco desolada que me desembocaría en lo que llaman “puerto resistencia”. Este lugar parecía una película de terror; semáforos destruidos, estaciones del sistema de transporte Mío abandonadas, ausencia completa de autoridad, un lugar sin ley, ahogado en la destrucción y en la famosa “revolución”, que pretende acabar con el empleo destruyendo las empresas y acabando con los bienes públicos y la infraestructura de transporte. La paradójica realidad de la primera línea.
Durante mi estancia en el Valle del Cauca pude conversar con muchas personas, empresarios, estudiantes, académicos y líderes sociales. Si Colombia entera tuviera una centésima de la disposición de servicio que tienen los caleños, este cuento sería diferente. Me encontré un mundo de emprendedores innatos y sencillos, jóvenes con empatía pero sin cobardía. Jóvenes conscientes de todas las cosas que pasan, de la pobreza que muchos viven, del hambre, de la falta oportunidades, pero conscientes también de que la construcción de un mejor país está sobre los ciudadanos, los emprendimientos, las empresas y no tanto de los políticos. En conclusión Jóvenes autocríticos y sin miedo al cambio. A muchas de las reuniones llegaban los hijos con los papas y era conmovedor ver la forma en que sus visiones se encontraban para reconocer que las fallas tienen solución si empezamos a cerrar las brechas generacionales de liderazgo que a veces nos impiden identificar las formas correctas de abordar la coyuntura.

A parte del área de “puerto resistencia” y de la falta de semáforos en muchas partes de la ciudad debido a la destrucción, Cali respiraba un aire de normalidad. Una ciudad que estuvo sitiada casi dos meses, una ciudad en donde se hacían filas de ocho horas para tanquear los carros y las motos, una ciudad que se quedó sin alimentos, hoy se encuentra reactivada. La resiliencia y verraquera de los caleños es increíble, aunque esto me lleva a otra reflexión: No podemos olvidar lo que ocurrió, no podemos seguir como si nada, debemos hacer cambios urgentes y dar la batalla de las ideas y de las realidades para construir un mejor país.

Lo ocurrido en Cali, nos mostró que somos un solo país, en Medellín por ejemplo escasearon productos básicos como el aceite y el azúcar, entre otros. Lo que afecta al Valle del Cauca afecta a todo el país y es por eso que sus problemas, son los problemas de todos los colombianos.

Para terminar mi recorrido, en unas reuniones conocí a un joven que pasó su infancia en Agua Blanca: Andrew Silva. Su vida es un reflejo constante de superación y generosidad. Entró becado a estudiar Ciencias Políticas en la Javeriana de Cali y hoy encabeza la fundación “Soroca” y una serie de emprendimientos que son dignos de admirar. Me contaba Andrew que hace un tiempo su Fundación creada para transformar la vida de jóvenes con escasos recursos y enseñarles a soñar, se quedó sin dinero. Andrew se pasó varios años viajando tres o cuatro meses a EE.UU. a trabajar en lo que encontrara para recoger dinero y regresar el resto del año a fondear su fundación. Andrew representa a los jóvenes de Agua Blanca y de los rincones de nuestro país. Andrew representa el futuro de Colombia.

Post SCRIPTUM: ¿Es posible construir una democracia sólida sin la existencia de una economía sólida? La defensa de las micro, pequeñas y grandes empresas es también la defensa de la democracia

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