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El presidente de la junta directiva es una figura crítica para el buen funcionamiento de la junta y de la organización. Lejos de ser un rol ceremonial o meramente protocolario, su función debe ser de “articulador de la relación entre la junta y la alta dirección”, particularmente entre la junta y el CEO.
La primera característica indispensable de un presidente de junta eficaz es una “trayectoria sólida de liderazgo ejecutivo o directivo”. Haber ejercido funciones como CEO, alto ejecutivo o miembro de junta, son experiencias que le facilitan el trabajo de lograr consensos en la toma de decisiones y capacidad y resiliencia para trabajar bajo presión.
Gracias a su recorrido y trayectoria el presidente de la junta debe generar respeto entre sus colegas y credibilidad ante la alta gerencia. Un presidente con experiencia en liderazgo corporativo y que entienda la diferencia entre el trabajo de la junta y el de la alta gerencia, puede actuar como contraparte, formular preguntas relevantes, enriquecer los debates con su buen criterio y evitar caer en la micro gestión.
Debe tener un conocimiento amplio del gobierno corporativo y de la diferencia entre gobernar y gestionar. Esto es fundamental para evitar los riesgos de “salirse de carril”, donde la junta invade funciones propias de la gerencia. Su obsesión debe ser el futuro de la organización.
Debe “reconocer las zonas grises”, ayudar a mantener el equilibrio entre supervisión y apoyo, proteger la autonomía del CEO y velar por el cumplimiento de las responsabilidades y funciones de la junta.
Una de las facetas más importantes del presidente de la junta es “su capacidad de aportar visión estratégica”, entendida no como la definición de la estrategia operativa, sino como la habilidad para enriquecer el pensamiento estratégico del equipo directivo. Debe comprender el sector, las dinámicas competitivas, los riesgos financieros y las fuerzas externas que podrían afectar la sostenibilidad de la organización.
Así podrá formular preguntas que eleven el nivel de la conversación, promover debates más estratégicos y ayudar a la junta a enfocarse en los temas que realmente crean valor en el largo plazo.
Debe dedicar un tiempo sustancial a sus labores de presidente de la junta, muy superior al que dedican sus colegas. No se trata solo de presidir reuniones, sino de preparar agendas, sostener conversaciones individuales con directores y con el CEO, anticipar conflictos y actuar preventivamente.
Su rol lo debe ejercer tanto dentro como fuera de la sala de juntas. La falta de disponibilidad o de involucramiento personal es una de las señales tempranas de un liderazgo inefectivo.
Debe actuar con “los más altos estándares éticos”, con integridad, confidencialidad y valentía para tomar decisiones difíciles cuando sea necesario. En situaciones de crisis, conflictos de interés o desempeño deficiente, su liderazgo se mide por su capacidad de promover los “debates correctos”.
Su función le exige habilidades interpersonales avanzadas: escucha activa, empatía, capacidad de mediación y conducción de conversaciones difíciles sin deteriorar las relaciones.
Debe ser capaz de identificar tempranamente señales de riesgo, hablar abiertamente con los miembros de junta que no aportan a los debates y con aquellos que se exceden en el uso de la palabra, o promover, cuando lo vea conveniente, el debate sobre la recomposición de la junta.
El presidente de la junta no puede esperar a que los problemas se vuelvan crisis: debe actuar con anticipación, promoviendo ajustes en procesos y evaluaciones. En última instancia, la calidad del liderazgo del presidente se refleja en la calidad de las decisiones, la solidez de la gobernanza y la sostenibilidad de la organización.
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