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Analistas 06/09/2022

Sicarios, bolsas y torturas

Paula García García
Conductora Red+Noticias

Las cifras son aterradoras: 282 casos de sicariato y una veintena de cadáveres hallados en bolsas, en lo que va de 2022, resumen parte de la preocupante problemática de inseguridad que atraviesa Bogotá. Estadísticas que, a gritos, reclaman intervención inmediata.

En 2021, señala el centro de pensamiento Futuros Urbanos, las ‘muertes por encargo’, en la capital, comenzaron a aumentar. Sin una respuesta institucional efectiva, casi un año después, el fenómeno se empieza a notar. Ahora, es incierto el momento en el que un gatillo puede detonar.

Cual típica paradoja colombiana, la ciudad normalizó convivir con el diagnóstico y paralizarse ante él. La respuesta, cada vez que se registra un asesinato, siempre es la misma: microtráfico, control de territorios y el sanguinario accionar de la banda delincuencial conocida como Tren de Aragua.

La razón y raíz de los espeluznantes sucesos, al parecer, está identificada. Por tanto, resulta difícil comprender, con una radiografía tan clara, por qué la criminalidad va ganando la batalla. Entre desmembrados, torturados y cadáveres abandonados en baúles de carros, es inevitable recordar, con ansiedad y temor profundo, la película de terror que vivió el país en la década de los 90. Para ese entonces, la guerra de capos de la mafia potenció el oficio de matar a cambio de unos cuantos centavos. Una práctica que creíamos amainada.

Hoy, con nuevos actores en escena, asistimos al rencauche de los métodos y las formas de los narcos urbanos. Un renacer con delicadas transformaciones que, advierte la Defensoría del Pueblo, contempla desde células del Clan del Golfo y comandos del ELN hasta un nutrido grupo de nuevas organizaciones ilegales dispuestas a desplazar localías.

Mientras anuncian capturas y los hechos noche a noche se repiten; llevar la cuenta de los macabros episodios pasó a ser titular obligado. La estrategia de perseguir y judicializar a unos cuantos se quedó corta. En lugar de priorizar el aumento de pie de fuerza policial para patrullar las calles, hay que apostarle a la inteligencia. Hay que anticiparse.

En tanto sigan sin desarticularse las estructuras que mueven los hilos del rentable negocio de la droga, incluido el menudeo, el mercado ilegal de armas, y nadie ponga tatequieto a la corrupción que desde las cárceles convierte a los cabecillas en intocables, nada va a cambiar.

Que los muertos no sean familiares o amigos y respondan a dinámicas asociadas a lo que solemos llamar ‘el bajo mundo’ no significa que estemos blindados. Tampoco debería, tal argumento, ser licencia para mirar de reojo lo que está ocurriendo. Por supuesto, al grueso de la gente perturba más los motoladrones robando en los trancones y semáforos que los cruces de cuentas entre bandidos. Sin embargo, tras la ola de homicidios subyace una crisis social que termina por afectar otros entornos. Esos que, al final, nos competen a todos.

Necesarios son los estudios y las investigaciones, pero poco valen cuando se desaprovechan o se atienden tarde. De los datos a las decisiones. De la indignación a la acción. Estamos obligados a salir del letargo que nos acostumbró a conformarnos con realidades que creemos imposibles de cambiar. ¿Quién dijo que estamos condenados a vivir entre bolsas negras y sicarios?

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