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Por supuesto que estaríamos decepcionados si pensáramos que una retórica desbocada puede transformar nuestra vida política. O si creyéramos que Obama pudiera, con pura fuerza de voluntad, convertir a los chiflados derechistas en centristas. Pero yo nunca me tragué nada de esto. De hecho, siempre me sentí desesperado por los discursos inspiradores, los que me sugerían que Obama no sabía a qué se estaba enfrentando.
Lo que importa más bien son los logros concretos, cosa que van a influir para el bien de Estados Unidos con el tiempo. Y a final de cuentas, Obama ha cumplido. La reforma del sistema de salud está dando resultados y la turba que ha querido repelerla se retira avergonzada poco a poco.
Y ahora, el ambiente.
Su reciente propuesta para reducir la contaminación por carbono de las plantas de electricidad no es suficiente en sí misma para salvar al planeta. Y al igual que la reforma de salud, podría venirse abajo si en la Suprema Corte hay jueces que decidieran que su lealtad al partido está por encima de la ley y de las políticas razonables. Pero si el plan efectivamente entra en vigor tendría enormes implicaciones. Se reanudaría la diplomacia del clima; y si se implementa algo como un mercado de emisiones, será mucho más barato de lo que dicen los agoreros y socavarían los argumentos de los anti-ambientalistas, así como el éxito de la ley de atención médica accesible ha socavado los de los enemigos de la cobertura médica universal.
Así pues, esto es muy reconfortante. Solo espero que el presidente aguante al pie del cañón. Y lo bueno es que estoy empezando a creer que sí va a aguantar.
Un cálculo justo sobre el carbono
La Cámara de Comercio de Estados Unidos recientemente lanzó un ataque preventivo contra la regulación de las plantas de energía que quiere imponer el gobierno de Obama. Lo que quería la Cámara era mostrar que el efecto económico de la regulación será devastador. Y yo estaba ansioso por ver cómo maquillaba las cifras.
Pero sucedió algo chistoso camino de la diatriba. La Cámara evidentemente tomó la decisión de preservar su credibilidad, por lo que el análisis lo encargó por fuera. Y si bien trató de darle la vuelta a los resultados, lo que de hecho encontró es que una acción espectacular respecto de los gases con efecto de invernadero tendría un costo económico sorprendentemente bajo.
El supuestamente aterrador encabezado de la Cámara es que las regulaciones le costarían a la economía del país 50.200 millones de dólares al año, en dólares constantes, de aquí a 2030. Eso es el costo de un plan para reducir en 40 por ciento las emisiones de gases con efecto de invernadero con respecto del nivel de 2005; es decir, una acción en serio.
¿Es mucho 50.000 millones de dólares? Según las proyecciones de largo plazo de la Oficina de Presupuestos del Congreso, el producto interno bruto anual real promedio en el periodo de 2014 a 2030 será de 21,5 billones de dólares. Es decir, la Cámara de Comercio nos está diciendo que podemos lograr una reducción importante de gases con efecto de invernadero a un costo de 0,2 por ciento del PIB. ¡Qué barato!
Cierto, la cámara también dice que las regulaciones costarían 224.000 empleos en un año promedio.
Eso es mala economía: en Estados Unidos, el empleo está determinado por la interacción entre la política macroeconómica y el truque implícito entre inflación y desempleo, y no hay razones válidas para pensar que la protección ambiental va a reducir el número de empleos (a diferencia de los salarios reales).
Pero aun tomándolo a valor facial, ése es un número pequeño en un país de 140 millones de trabajadores.
Así pues, yo estaba dispuesto a lanzarme duro contra la mala economía de la cámara; pero lo que ésta demostró de hecho es que, aunque pague por el estudio, la economía de la protección ambiental es bastante fácil.