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El Sr. Sargent resume muy bien el caso (lea la entrevista aquí: wpo.st/hqda1), pero permítanme hacerlo de una forma un tanto diferente: piense en las debilidades obvias del Sr. Trump y en por qué los republicanos no podían explotarlas pero sí los demócratas.
Primero, él está haciendo una campaña basada fundamentalmente en el racismo. Pero los republicanos no podían señalárselo, ya que apelaciones más o menos veladas al resentimiento racial han sido clave para el éxito del partido durante décadas. La Sra. Clinton, por otro lado, ganó la nominación gracias al apoyo abrumador de votantes no blancos, y no va a tener ningún problema para machacar duro este tema.
En segundo lugar, el Sr. Trump está proponiendo políticas ampliamente irresponsables que benefician a los ricos. Pero, lo mismo hacían todos los demás candidatos republicanos, así que no podían atacarlo con eso. La Sra. Clinton sí puede.
En tercer lugar, el historial personal del Sr. Trump como empresario es antisocial y simplemente dudoso. Los republicanos, con su culto a los empresarios, no podían decir nada al respecto. Otra vez, la Sra. Clinton puede.
La parálisis del Partido Republicano con respecto a estos temas explica por qué los republicanos recurrieron, una y otra vez, a una línea de ataque comprobada (esto es, de ineficiencia comprobada), insistiendo en que el Sr. Trump no es un verdadero conservador, cosa por completo irrelevante para los votantes. Obviamente, los demócratas van a poder señalar temas distintos e, imagino, mucho más destacados.
Y hay una última cosa, que sospecho que podría marcar la principal diferencia en todo: la campaña de la Sra. Clinton puede atacar la bufonería fundamental del Sr. Trump.
Es un personaje ridículo, y cuanto más nos enteramos más ridículo parece. Entonces, ¿por qué los republicanos no pudieron hacer valer eso? Yo argumentaría que fue porque todos sus oponentes republicanos también tenían mucho de ridículo.
Piense en Marco Rubio: era un obvio candidato prefabricado; un tipo de buen aspecto sin ninguna convicción real ni experiencia que decía frases que le pedían que dijera. La frase infame (“Debemos disipar…”) no fue solo vil y estúpida (incluso la primera vez, y ni hablar de las repetidas), sino que transparentemente también era algo en lo que el Sr. Rubio no creía y ni siquiera le importaba. Sus manejadores simplemente le habían dicho que lo dijera.
O piense en Ted Cruz, cuya naturaleza mezquina y egoísta destaca incluso en el movimiento conservador actual, convirtiéndolo en una figura odiada entre las personas a las que les debería gustar su mensaje.
La Sra. Clinton, por otro lado, no es ridícula. Puede tomar decisiones rápidas y es fuerte y determinada. ¿Realmente creen que la persona que enfrentó al comité sobre Bengasi durante 11 horas va a desvanecerse por burlas de colegiales?
Los medios noticiosos, me temo, van a hacer su mejor esfuerzo para pretender que el contraste no es lo que es. Vamos a oír interminables explicaciones sobre por qué la vanidad, ignorancia y falta de fibra moral del Sr. Trump de cierta forma demuestra su “autenticidad”, cosa que de alguna forma está ausente en la Sra. Clinton. Y quizás eso tenga efecto entre los votantes. Pero no lo creo.