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Analistas 29/11/2025

Sin identidad no hay gestión educativa superior

P. Harold Castilla Devoz
Rector General de Uniminuto
Padre-Harold-Castilla

En medio de la discusión, a ratos improvisada, a ratos ideologizada, sobre el futuro de la educación superior en Colombia, una advertencia reciente del Papa León XIV pasó casi desapercibida: “sin brújula, todo sistema educativo va a la deriva”. Y para la tradición educativa esa brújula no es un concepto abstracto, sino un horizonte concreto como sentido, identidad y misión. No es un adorno; es estructura. No es un ritual; es criterio. No es un maquillaje institucional; es lo que da coherencia a la enseñanza, a la evaluación y a la manera misma de entender al estudiante. En su mensaje al Congreso “Sin identidad no hay educación”, el Papa León XIV señaló que cuando la misión educativa se desconecta de su fundamento, de su “estrella polar”, las instituciones se vuelven burocráticas y, peor aún, irrelevantes. Esa advertencia resuena con fuerza en un país donde la educación superior vive tensiones crecientes: pérdida de sentido, politización acelerada, deserción estructural, pertinencia difusa y una presión tecnológica que amenaza con convertir la formación en un simple proceso de certificación acelerada. En ese contexto, vale la pena recordar que la educación no es solo un servicio, sino una vocación que articula verdad, libertad, dignidad humana y bien común. Y si eso es cierto en cualquier escenario, lo es todavía más en un país como Colombia, donde la educación es la principal escalera de movilidad social y, a la vez, un mecanismo frágil que no siempre logra romper las brechas de origen.

La carta apostólica ‘Diseñar Nuevos Mapas de Esperanza’, enviada por el Papa León XIV semanas atrás, va más lejos: la universidad no puede limitarse a sobrevivir en un mercado educativo cada vez más competitivo; debe diseñar nuevas cartografías, abrir caminos donde nadie más está mirando, unir fe y razón para responder a los dilemas de una sociedad herida por la exclusión, la desconfianza y la violencia moral. La relevancia de las Instituciones de Educación Superior (IES) se concreta a través de varias tareas proféticas: Recuperar su identidad como proyecto intelectual con alma. Es decir, formar ciudadanos capaces de pensar críticamente, discernir éticamente y liderar con responsabilidad. No es agregar “valores” a los programas, sino reconocer que la fe amplía la razón, la hace más humana, más social, más capaz de comprender el país que heredamos. La segunda tarea está en convertirse en territorio de encuentro en una sociedad rota o fracturada. La identidad ilumina la manera de enseñar, evaluar y actuar. En Colombia, eso significa superar la polarización que también ha contaminado aulas y campus. Significa comprender que las IES son uno de los pocos espacios donde el diálogo puede seguir siendo posible. No hay misión educativa si no hay construcción de paz desde la inteligencia. Y la tercera acción profética es salir de la comunidad y entrar en la frontera. Las IES no fueron hechas para administrar lo mismo de siempre. Su razón de ser está en las periferias: las sociales, las culturales, las existenciales, las digitales. Si no son capaces de acompañar a estudiantes que llegan con hambre, con miedo, con sueños rotos, con duelos, con incertidumbres digitales y espirituales, no cumplirán a plenitud su misión e identidad.

Colombia no necesita IES que compitan por rankings; necesita instituciones que formen criterio en tiempos de confusión, que integren ciencia y humanidad en tiempos de tecnología, y que sostengan la esperanza en tiempos donde el cinismo parece más rentable. Porque, si la educación superior quiere ser motor de movilidad social y no una máquina de frustración, deberá recuperar lo que nunca debió perder: identidad, misión y coraje intelectual. Lo demás, infraestructura, acreditaciones, indicadores, es importante, sí, pero no decisivo.

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