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Analistas 04/10/2025

La universidad colombiana ante el punto de no retorno

P. Harold Castilla Devoz
Rector General de Uniminuto
Padre-Harold-Castilla

La educación superior colombiana atraviesa un momento decisivo. El reciente foro sobre “El futuro de la educación en Colombia” dejó una conclusión clara: ya no hablamos de reformas superficiales, sino de transformaciones irreversibles. La pandemia, la aceleración tecnológica y las nuevas expectativas de los estudiantes han cambiado para siempre la forma en que aprendemos, enseñamos y gestionamos la universidad. El dilema ya no es si transformarnos, sino cómo hacerlo de manera justa, inclusiva y con visión de futuro.

El itinerario lineal que iba del pregrado al posgrado comienza a ser reemplazado por trayectorias flexibles y modulares (apilables). En Europa, la Comisión Europea ha estandarizado las microcredenciales; en América Latina, el TEC de Monterrey muestra cómo el aprendizaje basado en retos conecta saber y pertinencia social. Esta lógica no puede seguir siendo marginal; es urgente que las Instituciones de Educación Superior, IES, reconozcan aprendizajes formales e informales, y que validen competencias adquiridas en el trabajo, la comunidad y la vida. Otro cambio estructural es la gestión basada en datos. Las IES que no midan más allá de matrículas y egresados, quedarán rezagadas. El verdadero indicador es si logran acompañar a sus estudiantes hasta la graduación y facilitar su inserción laboral en condiciones de equidad. La analítica de aprendizaje permite anticipar deserciones, personalizar apoyos y garantizar inclusión digital. En un país como el nuestro, con brechas territoriales profundas, este enfoque es cuestión de justicia social. La hibridación dejó de ser contingencia pandémica para convertirse en código cultural de la educación superior. Lo híbrido (presencial, virtual, síncrono y asíncrono) es ya el nuevo estándar. Y con él, tecnologías como la inteligencia artificial (IA), la realidad aumentada o el blockchain para certificaciones. Pero la advertencia es clara: sin un enfoque ético y humanizante, corremos el riesgo de digitalizar la exclusión y multiplicar las desigualdades.

Por otra parte, una IES que ignore la riqueza de saberes indígenas, rurales y comunitarios seguirá reproduciendo exclusiones. La diversidad epistémica no es un adorno, es una condición de legitimidad. Las IES deben ser un espacio dialógico, donde el conocimiento académico se encuentre con la sabiduría ancestral y las prácticas locales. Así no solo se amplía el horizonte académico, sino que se fortalece la cohesión social y cultural. El imperativo para todas las IES es que no pueden limitarse a reaccionar, sino que deben influir activamente en la transformación social y cultural. Esto significa formar ciudadanos críticos y creativos, innovar con sentido ético y trabajar en red con comunidades, gobiernos y empresas sociales. Significa que el aula debe abrirse al territorio, y que la investigación y la extensión deben convertirse en plataformas de incidencia social.

Colombia enfrenta desigualdades profundas, pero también tiene IES con vocación social, creatividad académica y capacidad de innovación. Si logramos articular las tendencias globales (flexibilidad, modularidad, hibridación, IA) con nuestra misión de equidad y paz territorial, podremos proyectar un modelo inspirador para América Latina. La educación superior ya no es solo un bien privado, es un bien común. La pregunta que hoy debemos hacernos no es si estamos listos para cambiar, sino si seremos capaces de construir una universidad que, en lugar de ser espejo de las crisis, se convierta en motor de esperanza, cohesión y transformación cultural para Colombia y el mundo.

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