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Analistas 29/04/2023

África: agenda 2063

P. Harold Castilla Devoz
Rector General de Uniminuto
La República Más

Desde hace algunos días he estado desarrollando parte de mi misión en uno de los países del África subsahariana, concretamente en Costa de Marfil. Allí, tengo la fortuna de participar en la consolidación un proyecto educativo de nivel superior: la Institución Universitaria Tecnológica Eudista Africana (Iutea). Una oportunidad más para profundizar en los desafíos que, desde una visión comparada de la educación superior, puedo tener y, al mismo tiempo, para ensanchar el compromiso de una visión internacional y la relación que se puede dar en el marco de la cooperación Sur-Sur.

Los indicadores sociales de Costa de Marfil, en general, le ubican como una sociedad con niveles muy complejos desde el punto de vista de su desarrollo en todas las dimensiones. El Índice de Desarrollo Humano, por ejemplo, lo ubican en el puesto 159 de 191 países evaluados y la población que vive bajo el umbral de la pobreza, es decir menos de US$1,25 al día se estima que es de 46,3 % del total de la población (27.479.000), con un coeficiente de Gini de 0,415. En este contexto, el sistema educativo propende por la gratuidad de la educación, pero los distintos informes de la Unesco dan cuenta de una sociedad que tiene grandes retos para atender sus necesidades educativas.

Las capacidades para ofrecer y desarrollar servicios educativos son muy precarias, y esto hace más complejo aún la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), particularmente el número 4 (Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos). Por otra parte, el desequilibrio entre oferta y demanda se suma para que no se puedan cerrar fácilmente las brechas entre la demanda y la capacidad del mismo sistema educativo para responder. Ante esta situación, el impacto en la calidad de la educación es bastante heterogéneo.

Aunque la matrícula en el mundo se ha duplicado con creces (más de 200%), todavía hay que seguir apostándole a la democratización de la educación superior en este país africano, debido a que aún existen las disparidades: sólo 20% llega a estar matriculado. El compromiso con la educación superior representa solo un 5% de los nuevos empleos de esta geografía. Por otra parte, el sistema no está suficientemente diferenciado y diversificado, dado que se centran básicamente en la enseñanza.

La capacidad investigativa y de obtención de fondos tampoco ha crecido, y los vacíos en la financiación se traducen cada vez más en sistemas de calidad poco eficaces y eficientes. La desigualdad educativa se traduce en desigualdad socioeconómica, y la promesa y el potencial de la educación superior en África todavía son limitados y no se han cumplido, con sistemas de educación que no están preparados para avanzar en el logro de retos en cuanto a políticas y oportunidades en sistemas de aprendizajes y nuevos panoramas para el futuro.

¿Cómo garantizar una educación superior de calidad, adaptada a los retos que tiene esta región del mundo como inclusión, interculturalidad y equidad social? Una agenda educativa ambiciosa, contundente y pensada a largo plazo, a 30 o 40 años, a 2053 o al 2063. Los desafíos van más allá de los ODS a 2030, los esfuerzos deberán ser sostenidos en el tiempo para superar, con esperanza, un contexto complejo y retador.

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