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Analistas 28/09/2020

El impacto social de las empresas

Núria Vilanova
Presidente de ATREVIA

Se acaban de cumplir cinco años de la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Por delante está lo que ya se conoce como la década de acción para cumplir la Agenda 2030 de la ONU. Y nadie discute que fortalecer el Estado de bienestar es el mejor camino para lograr muchas de esas metas, además de ser el instrumento más eficaz, si es que no el único, para conseguir soluciones que alivien el sufrimiento de millones de personas en este momento de grave crisis por la pandemia y, a la vez, evitar que la tensión social aliente populismos que ofrezcan falsas soluciones.

Impulsar el Estado de bienestar requiere un gran esfuerzo inversor. No es momento de llorar por lo que se pudo hacer y no se hizo. Sí de buscar soluciones. Es difícil que los Estados puedan asumir el importante esfuerzo inversor que significa la apuesta por el Estado de bienestar. Para conseguirlo serán clave tres factores: nuevas fuentes de financiación, el rol de los entes multilaterales y el concurso de las empresas. Es inaplazable que los políticos se despojen de recelos y prejuicios y asuman que la iniciativa privada es imprescindible para el éxito en la lucha contra pobreza y desigualdad, una amenaza que hoy se extiende por gran parte de la región. Es momento de reivindicar el valor social que tienen los empresarios.

Debemos mirar hacia las empresas como aliadas, y contar con ellas para abordar los retos asistenciales en alimentación, salud y educación, pilares del Estado social. Una colaboración que no puede limitarse a aportar recursos. Tiene que ser más ambiciosa e incluir la busca conjunta de las soluciones más eficaces y eficientes. El éxito de esa alianza público-privada será reunir las mejores ideas y el conocimiento más avanzado en cada materia. Algo que nunca conseguirían por separado.

Crecimiento y Estado de bienestar son, en muchos aspectos, dos caras de una misma moneda. Necesitamos recuperar la confianza de las empresas, que creen en el futuro pese a la incertidumbre y los problemas que nos abruman. Ser empresario es ser contraintuitivo, hacer lo que otros no harían: invertir en tiempos revueltos. Solo se crea empleo y riqueza si se cree en el futuro. Creer y crear son la esencia del mundo empresarial y claves del crecimiento. A más confianza, más recuperación.

La primera meta es evitar la desaparición del tejido productivo que crea riqueza y empleo. La segunda, buscar oportunidades donde otros ven problemas. Y hay que trabajar para evitar la alta economía informal. Gran parte de la vulnerabilidad de Latam en esta crisis radica en el alto porcentaje de esa economía. La OIT alerta de que, por la pandemia, hasta el 90% de los trabajadores informales del área (140 millones de 158) podría pasar a situación de pobreza relativa. Esta realidad hace inaplazable que los Estados desarrollen planes para un aterrizaje suave de la economía informal. Hay que lograr que esos millones de autónomos y microempresas se integren en la economía formal con estrategias de transición, cuotas reducidas, acceso a ayudas. Aprendamos la lección. En años no se ha luchado contra la economía informal porque se consideraba un ‘colchón’ de empleo. Ahora hemos comprobado que no se puede apoyar a empresas que no existen y a empleados que no existen.

Gobiernos y empresas son compañeros de viaje que comparten mismo destino y misma agenda: hacer posible el Estado de bienestar. Hasta ahora se ha valorado al sector empresarial por su aportación al PIB. Ha llegado la hora de que también se haga por su impacto social.

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