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Cuatros días en las montañas de Nuevo México bastan para producir un quiebre de conciencia. Todo conecta, el viento lanza una pista y tu mente se suelta para repensar el presente. Los paisajes -amarillos, ocres y azules oscuros- se dejan abrazar por la incipiente nieve y transmiten una energía que parecería venir de algún rincón ancestral. Todo conecta. El viento trae señales. La mente se suelta. Y, en esa apertura, vuelve con insistencia una idea que me ha rondado con incómoda obstinación: su señoría, la IA.
Lo escribo porque percibo una sobredosis colectiva. La IA está moldeando con sorprendente facilidad nuestras percepciones, expectativas y conversaciones de lo que vendrá en un futuro cercano. No es la tecnología en sí el problema, sino la forma en que estamos cediendo espacios internos -habilidades, intuiciones, criterios-que deberían seguir siendo profundamente humanos. Las redes se han convertido en una vitrina de egos compitiendo por definir quién entendió mejor a la IA, quién la usa con más destreza o cuántas productividades nuevas se pueden exprimir de ella. El mensaje implícito parece ser: úsala o desaparece. Una narrativa agobiante y peligrosa.
En ese afán, hemos sacrificado las conversaciones importantes. Las necesarias.
¿Por qué no dejamos de hablar un momento de IA? La conversación se volvió agotadora y, para muchos, intimidante. Hemos perfeccionado la esclavitud voluntaria: sentimos que la tecnología debe estar siempre al frente, como si nos protegiera de algo que no terminamos de comprender. Y, en ese proceso, olvidamos hacernos cargo de nuestra posición frente a una invención que todavía estamos aprendiendo a digerir. No somos víctimas de la ciencia ni de la innovación. Ese paradigma sí que nos hace daño. Avanzamos con maestría en lo mundano mientras descuidamos lo esencial: redescubrir quiénes somos para sobrevivir lo que hemos construido.
Quisiera estar hablando de otra cosa. De nuestra humanidad. De lo que nos hace irremplazables. De cómo esta generación -y la siguiente- puede asumir un rol más consciente frente a los desafíos éticos y existenciales de la IA, sin repetir el mantra tembloroso de que “muchos trabajos serán reemplazados”.
Durante el retiro en Albuquerque, Gregg Braden , escritor y científico norteamericano, explicó con claridad las etapas de cualquier proceso de ingeniería social: engagement que es conexión y compromiso, aceptación, integración, dependencia y compliance que podríamos describir como cumplimiento y compromiso legal. Si lo pensamos bien, con la IA hemos transitado del entusiasmo inicial a la dependencia en tiempo récord. Y lo celebramos. Lo exhibimos como prestigio profesional en redes y reuniones. Sin embargo, poco aporta a nuestra evolución humana y a la responsabilidad que tenemos de ocupar un rol menos pasivo. Estamos cerca del último escalón: la complacencia y compromiso legal. Ese punto en el que todo -trabajo, gobierno, instituciones- queda permeado y la dependencia tecnológica se vuelve requisito. Esto es una alarma encendida.
Las montañas de Nuevo México me recordaron que somos esta tierra. Somos lo que antecede cualquier invento. Volver a nuestra humanidad no es nostalgia; es supervivencia. Es elegir otra vez la fuerza de una mirada a los ojos, las conversaciones genuinas y el contacto humano.
La IA nunca serán más importante y poderosa que nuestras emociones. Jamás sentirá amor, empatía o gratitud. No posee un corazón capaz de imaginar o reinventar el mundo. Su poder no se compara con el nuestro: emoción, creatividad, propósito. Esa es nuestra verdadera maestría humana. Y es desde ahí que deberíamos estar conversando, especialmente si queremos que las nuevas generaciones lideren una revolución que nos devuelva la fe, la esperanza y el empoderamiento para construir un futuro ético y sostenible.
Propongo una pausa, un cambio de tema. Para la IA, prompts. Para nosotros, conexión verdadera.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente