MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Vivimos en una era en la que nuestra alma necesita cada vez más espacio para respirar. Anhelamos una libertad que no siempre sabemos en qué radica: en tener más tiempo para lo que nos gusta, en alcanzar tranquilidad financiera, en disfrutar cierta independencia para movernos por el mundo. Sentimos una tensión existencial que se convierte en un foco de infelicidad. Piénsenlo bien: el estrés, la ansiedad, el dolor en el cuello o en la espalda, la sensación de indefensión son también síntomas espirituales que nos confrontan.
Emerge entonces una necesidad de mirarnos atentamente y encontrar experiencias íntimas que nos conecten con nuestra conciencia, ese lugar donde habitan las respuestas más poderosas sobre nuestra existencia. A eso le llamo espiritualidad. Sin embargo, esta palabra suele ser mal interpretada como erudición, superioridad moral o fanatismo religioso. Tememos hablar de espiritualidad, así como tememos cultivarla, por miedo a ver cuál es nuestra verdadera esencia más allá de lo intelectual o lo emocional. El espíritu es la energía vital que nos mueve; es el lugar en el que habita nuestra conciencia. Y, en esa medida, no se comprende ni se vive desde credos religiosos ni teorías absolutistas: simplemente es lo que somos.
La verdadera espiritualidad es un canal donde convergen todas nuestras dimensiones y encuentran asilo más allá de lo mundano. Es la chispa creativa de la vida que nos habita. Me gusta entender esta idea a través de una metáfora: nuestro cuerpo es una barca, la mente su vela, y ambas navegan en un océano de conciencia donde reside nuestro espíritu. Ese vasto mar está hecho de fluidez, movimiento y una cualidad etérea, pero también es reflejo de nuestros miedos, anhelos y aprendizajes.
En medio del ruido digital, la sobreinformación y la presión por alcanzar una felicidad constante, ha surgido una necesidad colectiva de mirar hacia adentro. Sin embargo, en este proceso, la espiritualidad se ha distorsionado: se confunde conciencia con superioridad, autoconocimiento con ego espiritual y sabiduría con erudición. Estas ideas, además, se exacerban en un mundo polarizado y cargado de ideologías.
Hoy, hablar de espiritualidad no debería remitirnos a dogmas, sino a la urgente necesidad de reconectar con la conciencia: ese espacio interior donde habita lo humano más auténtico. Es un refugio sagrado -en el más amplio sentido- donde ocurre nuestra expansión. Allí nos conocemos a cabalidad, construimos sabiduría, sanamos, y aceptamos nuestra naturaleza impermanente e imperfecta.
La espiritualidad nos habla a través de la necesidad de buscar sentido. Nos susurra en momentos inesperados: cuando algo nos conmueve o cuando el caos nos empuja a decidir. Es una expresión súbita y espontánea de nuestra voz interior.
Entonces surge la pregunta: ¿cómo conectar con esa dimensión espiritual? La respuesta es tan amplia y diversa como el ser humano. Es algo que nunca se nos ha enseñado con intención. Sabemos cómo cultivar la mente -estudiamos, leemos, conversamos- y cómo fortalecer el cuerpo -con movimiento y práctica física-, pero ¿qué hacemos por el espíritu? Tal vez ya tengamos una práctica sin ser conscientes de ello. Para conectar con la conciencia necesitamos algo que hoy parece un lujo: presencia, tiempo e intención. Entender que somos cuerpo, mente, corazón, y también una dimensión espiritual aún inexplorada.
El ser humano ha viajado durante siglos para conocer el mundo exterior, ha llegado a la luna y a las estrellas. Hoy la pregunta es si tendremos el coraje de viajar hacia el interior. Porque la espiritualidad implica conocernos con un lente amplificado, abrazar luces y sombras, y amarnos en ese proceso. Es un camino desafiante, pero lleno de descubrimiento.
Lo más importante es que hay muchas formas de emprender ese viaje, y cada quien debe encontrar la suya. Para unos será la religión; para otros, la filosofía, los viajes, las caminatas o las peregrinaciones. Para mí lo ha sido la escritura, el yoga, el mindfulness y la meditación. Comprender la espiritualidad como lo que verdaderamente es puede liberarnos del miedo y ayudarnos a evolucionar desde adentro, para navegar un mundo cada vez más incierto y que parece alejarse de lo humano. La espiritualidad es aquello que ni la inteligencia artificial podrá emular, porque no sigue patrones ni fórmulas. Es, sencillamente, lo que nos hace más humanos.