MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
En esta época en la que nos llegan tantos regalos-la mayoría materiales-y uno que otro mensaje de gratitud y afecto, en medio de un entorno navideño que nos empuja a habitar una burbuja obligatoria de felicidad, a mí me han llegado las lágrimas. Y en esta especie de pequeña revolución emocional, reconozco que son el mejor regalo.
Las lágrimas como demostración de autenticidad y, sobre todo, de vulnerabilidad: una de las cualidades más bellas y humanas. Para mí es una apertura total, una aceptación honesta de lo que verdaderamente somos: en las subidas y bajadas, en los días grises de lluvia y en los cielos azules iluminados por el sol.
He llorado y mucho. No les mentiré: no ha sido de felicidad. En esta carrera frenética de la Navidad y las fiestas de fin de año, siento que se nos olvida visitar el corazón, conectar con las emociones que necesitan ser escuchadas. Más que balances, informes o listas de tareas, este tiempo nos pide algo más profundo: viajar hacia nuestro centro.
He tratado de no distraerme entre la alegría ruidosa y el bullicio para prestar atención a aquellas emociones que reclaman espacio. Creo que este es un ejercicio profundamente humano y revelador. Ser honestos con nosotros mismos, no evadir lo que llama, es abrir las puertas del corazón para ejercer sus derechos: el derecho -y la obligación- de sentir todo el flujo de emociones que se derraman en las lágrimas.
Las vacaciones del cuerpo y de la mente no sólo en espacios físicos en los que compartimos con la familia; también suceden cuando reconectamos con el alma. Hoy recibí una noticia que hace parte de una batalla silenciosa que, como mujer, he tenido que librar. Una batalla que me ha obligado a mirarme con claridad en el espejo y a poner en práctica el coraje necesario para permanecer de pie frente a las injusticias. Bastó un solo mensaje para que mi corazón se resquebrajara.
La respuesta automática es la distracción. La mente nos dice “no llores”, “no estés triste”, “cálmate”. Y esas mismas frases hacen eco en quienes nos rodean: “Lo tienes todo:, “mira a tu alrededor no tienes por qué llorar”. Mientras otros intentan escribir el epílogo de tu tristeza, el nudo en la garganta insiste en desatarse.
Ese nudo es un llamado a ejercer la autonomía del alma. A ser honestos y dejar fluir lo que está contenido. Esta vez lo hice. Escuché a mi corazón con intención y sin juicio, sin mapa, ni destino. Rodeada de muchos “no estes triste”, incluso en el regazo de mis hijos, me dejé caer. Y debo confesarlo ha sido una de las experiencias más liberadoras y paradójicamente más felices, en medio de la nostalgia y la impotencia que me provocó la noticia.
Entiendo ahora que las lágrimas existen como un regalo. Permiten que aflore lo que necesita ser dicho, cuando las palabras no son suficientes. De pronto lo que no logramos nombrar con certeza o pertinencia. Son cristales que guardan en su transparencia, el verdadero valor de nuestras emociones: tristeza, frustración, alegría, gratitud. Cuando lloramos celebramos nuestra humanidad. Dejamos que nuestro corazón hable en su propio lenguaje y nos envolvernos en él para cuidarnos, darnos amor y recibirlo en el consuelo y abrazo de otros.
Llorar es emancipador. Nos devuelve a la belleza de la vida. Después del llanto renacemos, comprendemos con profundidad lo que nos ocurre y soltamos las cargas-ligeras o pesadas- que nos agobian. Es una experiencia momentánea pero profundamente significativa, que solo exige estar en sintonía con lo que el alma y el corazón necesitan.
Entonces, díganme: ¿que otro regalo necesitamos en una época que tantas veces nos abruma y nos exige de más, tanto en lo material y emocional?
Mi llamado es a ser más auténticos y honestos. A fluir, liberar y vivir con intensidad. A no olvidar que contamos con las lágrimas para refrescar esta experiencia terrenal y espiritual que se llama vida. Les regalo mis lágrimas y espero inspirar las suyas en esta Navidad, ya sean de tristeza, nostalgia o alegría.
Podemos seguir administrando la inercia, ajustando indicadores y sobreviviendo a coyunturas políticas, o podemos apostar por un sistema que forme ciudadanos críticos, profesionales competentes y líderes comprometidos
Hasta la fecha la justicia y algunos medios han eludido su responsabilidad con la veracidad, de la misma forma en que desde 1983 han tapado la participación de los victimarios en este crimen atroz