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Analistas 05/10/2022

¿De cuántos velos nos debemos liberar las mujeres?

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

Las mujeres somos heroínas, así he llegado a entenderlo a lo largo de mi historia personal. Y es que últimamente la existencia se ha vuelto más desafiante que nunca para nuestro género. En mi caso, los cambios abruptos del último año, me han hecho entender que mis decisiones reflejan todas las luces y sombras que rodean a quien decide brillar. Hoy me reconozco como una mujer guerrera, dispuesta a defender mis principios y mi propósito y más sensible a las historias de otras mujeres valientes que deciden salirse de los arquetipos para buscar otras vestiduras. Mujeres dispuestas a abrir espacios amplios y suficientes para construir su mejor versión. Las mujeres deberíamos ser más sensibles para reconocer todas esas historias tejidas a nuestro alrededor y que nos llevan a poderosas reflexiones sobre nuestro carácter femenino. Y esto no es una cuestión de agotado feminismo ni de victimización. Hemos librado miles de batallas silenciosas y repentinas que nos confrontan con realidades inadmisibles. Entre ellas la del derecho a decidir sobre nuestra sexualidad, la concepción, el derecho al voto, el acceso a la educación y muchas más. Diría que la mayor de las cruzadas es defender nuestro derecho natural a ser felices. Inevitablemente seguimos llamadas a encajar en los moldes de madres, novias, amigas, ejecutivas y amas de casa ya obsoletos y que nos impiden evolucionar. La sociedad es tajante a la hora de evaluar nuestros errores y desaciertos en muchos escenarios de la vida. Nos cuesta aceptar públicamente nuestros fracasos y caídas porque no queremos vernos vulnerables o imperfectas. Existe un guion elaborado social y culturalmente seguido al pie de la letra, una suerte de chip instaurado en nuestra mente que gobierna en nuestro espíritu y limita nuestros sueños. Es una cuestión generacional pues existe en el subconsciente un imaginario de los pasos que debemos seguir para ser personajes adecuados en la historia social.

La muerte la joven iraní, Mahsa Amini en extrañas circunstancias por no llevar bien puesto su hijab o velo, no solo es deplorables, sino que nos muestra una sociedad que convive aún en el siglo XXI con la represión de los derechos fundamentales. Las intensas manifestaciones alrededor de esta tragedia son un recordatorio de la imperante necesidad de despertarnos ante una realidad en contravía de los derechos y nuestro potencial como mujeres porque este no es un problema de doctrinas o religiones. Existen muchos velos para nosotras unos visibles y otros invisibles pero todos perversos por lo difíciles de reconocer. Tal vez en conversaciones con amigas vemos que existe en sus relatos un halo de melancolía o nostalgia por las cosas que han hecho o dejado de hacer, por los deseos que no se atreven a expresar o por la apatía de una vida que se vive en lo cómodo de las costumbres habituadas y de los ciclos de estudiar, casarse, tener hijos y educarlos, ser buenas madres y esposas y sobresalir. Estas limitaciones traen consigo enormes cargas que nos alejan de la libertad. Nos juzgamos con dureza, no somos capaces de manifestar nuestros deseos y pensar sólo en nosotras cuando es necesario, poner nuestras necesidades primero cuando sentimos que se nos debe conceder ese espacio. Los velos son diversos: el velo del miedo a ser quiénes queremos ser, el del deber ser, el de las obligaciones socialmente impuestas, el del conformismo con las realidades que no encajan en nuestro propósito superior y el de una violencia psicológica tan demente como la física. Así vemos miles de casos aterrizar en los divanes de los psiquiatras con estados de tristeza profunda o depresión, con desencuentros de pareja, con el inconformismo de la vida misma.

Mujeres lamento decirles que los únicos velos no están en Oriente y que muchas los vestimos hasta sin darnos cuenta. La cruzada por la felicidad requiere de nuestro coraje para defender quiénes somos y quiénes queremos ser. Estamos llamadas a quitarnos o quemar los velos pues no hay violencia más perversa y silenciosa que la de la no libertad.

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