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Analistas 29/11/2023

Tomémonos un tinto

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

No seamos enemigos… quizá ya no podemos aspirar a tanto como sentarnos a tomar un tinto para hacernos amigos, como versa el popular y muy pegajoso comercial de café Águila Roja, pero el simple hecho de extender una invitación al que tiene un rol contrario, ofrecerle tinto y hablar justamente de esos temas que nos confrontan y frente a los que hemos trazado agudas peleas, es un logro al que no podemos quitarle ningún mérito.

Hay que leer la realidad del país: el ambiente crispado, polarizado, lleno de estigmatizaciones, ataques y prejuicios que nos hacen ver enemigos donde apenas hay una persona que piensa distinto. Solo es salir a decir cualquier cosa en redes sociales y una manada de bodegas feroces salen a atacarte. Se anuló el derecho a disentir, y en medio de tanta agresividad, la única forma de hacerse escuchar es gritar más duro y ser tanto o mas grosero que tu rival ideológico. Es decir, estamos alzando la voz, rebajándonos moralmente.

Es ahí donde encuentros como los de la semana pasada entre el presidente Gustavo Petro con los llamados “Cacaos” del país y el del día siguiente con el expresidente Uribe, resultan tan importantes. El diálogo requiere valentía y humildad, ya que implica enfrentar ideas incómodas y, en ocasiones, cuestionar nuestras propias creencias. Pero he visto con sorpresa que muchos minimizan esas reuniones porque “no van a ninguna parte” ¿Les parece poco establecer canales de diálogo respetuosos? Es más, ¿les parece poco establecer canales de diálogo? Solamente conversar, desarmar los prejuicios, moderar el tono, hablar con nuestro adversario político o nuestro antagonista ideológico, pero sobre todo el simple hecho de escucharnos es un paso gigante.

No amarguemos esos tinticos en medio de la inerte espera de unanimidad, de comunicados conjuntos o consenso. Debemos ser más flexibles y dejar esa idea de que siempre tenemos que llegar a un acuerdo. Como cuando empezamos a discutir sobre algo y nuestro único propósito, más allá de que nos entiendan, es convencer al otro, cuando el otro está esperando exactamente lo mismo. No valoramos la ganancia de sentarnos a discutir con alguien distinto, aunque eso alimente una emoción que es fundamental para la convivencia: la empatía. Preferimos rodearnos de quienes asienten complacientes, hablan nuestro idioma, son aduladores y refuerzan nuestra interpretación del mundo, aunque eso no nos enriquezca en nada.

Compartir un espacio físico de conversación con los mismos con los que disputábamos en un cuadrilátero de agresiones nos permite ver en el otro algo más allá de lo que crearon nuestras propias obsesiones. Nos estamos odiando sin conocernos. En cambio, encontrarnos, vernos a los ojos y hablar “en persona” nos permite, sí mantener nuestras discrepancias sobre temas específicos de economía o política, pero encontrar en nuestra humanidad puntos de convergencia en otras cosas que pueden ser más íntimas y que generan mayores conexiones como la concepción de familia, los hábitos, los hobbies, un libro o un programa de televisión.

Mejor dicho, tomarnos ese tintico es potenciar un mundo donde la diversidad es celebrada y el conflicto encuentra su resolución a través del respeto. Al sentarnos en la misma mesa con aquellos que discrepan, se da inicio a un proceso en el que la empatía y la comprensión se elevan sobre la discordia.

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