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Para que no se desvíen de tema en esta columna voy a hablar de inseguridad. Y es que me opongo rotundamente a eso que ya muchos dicen es el onceavo mandamiento, “no dar papaya”. Y, ¿qué es no dar papaya? En una ciudad cómo Bogotá, significa que no se puede ser un ciudadano del común y del corriente. Nos quitaron ese derecho. Acá usted tiene que vivir con la paranoia de que cualquiera lo puede asaltar, que lo están esperando a la salida de un banco para atacarlo con un arma o que le van a echar un polvo para robarlo, porque escuchen esto, Colombia es el único lugar del mundo donde existe el término “escopolamimar”. Si alguien en otro país me escucha, le parecerá extraño que las personas se quiten el reloj o los aretes antes de salir de la casa; las mujeres guardan la plata en la pretina del pantalón o en el brasier; si van en carro ni se les ocurra poner la cartera en la silla del copiloto y está prohibido socialmente que usted hable o chatee por teléfono en la calle. Ah, porque ahí sí, ¿quién lo manda?, si lo roban no es culpa de los ladrones, sino suya, “pa qué dio papaya”.
¿Es en serio es culpa nuestra por ser unos ciudadanos normales? ¿No es culpa de los ladrones que cometen el delito? ¿O de la policía que tiene la obligación de garantizar la seguridad ciudadana? ¿O de la alcaldía que debe generar estrategias para protegernos a todos?
No, de ellos no, la culpa es nuestra porque se inventaron ese nuevo mandamiento y lo aceptamos socialmente. Algo que no está en ningún código de policía o penal, ni siquiera en la urbanidad de Carreño. A punta de repetir esa infame norma la sociedad ya generó un acondicionamiento mental. Ahora lejos de lamentar que a un amigo lo hayan robado en la calle mientras hablaba por celular, caemos en la nueva ley de recriminarlos por “dar papaya”.
Y esto es lo peor: cuando el sistema nos hace indiferentes frente a lo que hace el delincuente y en cambio permite que la carga se le pase a la víctima, le estamos restando valor a nuestras vidas y le damos pase libre a los criminales para que, en su oficio de quitarnos cualquier objeto, se nos lleven la vida por delante, no ve que el primer error lo cometió usted al “dar papaya”.
Ojo Bogotá es la capital mundial de la cicla y la única donde a usted lo asesinan por robársela. Y nadie se sonroja, acá asesinan por robarle un celular como le pasó a Osvaldo Muñoz o lo asesinan por quitarle una gorra, ¡una gorra que cuesta $15.000!
Y lo siguiente es la revictimización que hacen las autoridades. Ellos solo conocen la narrativa del cuento de hadas, para ellos nada pasa, al contrario, los índices de seguridad siguen mejorando, y si se trata de buscar responsables, ellos rápidamente los encuentran en el Gobierno Nacional porque no ha asignado más policías o porque está abriendo la puerta a los migrantes venezolanos.
Ya basta de tantas peleas inocuas, de reclamos inagotables, de señalar y no asumir responsabilidades. Yo y seguro la mayoría de quienes me leen hacen lo que les corresponde como ciudadanos, desde pagar impuestos hasta atender las señales de tránsito. Ahora que la Alcaldía y las autoridades hagan lo que les corresponde también. Porque yo vengo a reivindicar mi derecho a dar papaya y a no permitir que me obliguen a renunciar a mi condición de ser una ciudadana del corriente.