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Analistas 02/06/2021

Héroes y verdugos

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

Desde el 28 de mayo Juan, de 25 años, ha salido todos los días a tomarse las calles con sus amigos. Cree que esa es la forma de luchar por el país y lograr los verdaderos cambios que se necesitan en Colombia. Hoy, como el resto de días, sabe cómo empiezan las jornadas, pero no cómo terminan. Alguien lo coordina junto a sus compañeros y le ordena llegar a cierto punto; durante la mañana todo transcurre con cierta calma y normalidad pero, a medida que las horas pasan, el ambiente empieza a enrarecerse. Casi siempre, entre cinco y seis de la tarde, le piden que se mueva a otro lado porque “la cosa se calentó” y necesitan refuerzos. Y este termina siendo otro día en el que Juan protagoniza una refriega donde tiran piedras, palos, queman llantas y hay saqueos. Muy a pesar de que los días cierran con violencia, de que él mismo ha tenido que levantar la mano para defenderse y ha tenido que golpear a varios, está convencido de que es el héroe de la historia. Cree que si él y sus amigos no se levantan cada día para “rescatar” a Colombia a este país se lo lleva el que lo trajo. Quiere un país justo, sin corrupción, donde estudiar no sea un lujo, ni sea un milagro conseguir un trabajo digno y formal. Juan poco gana por salir a la calle; sí, le pagan, es mínimo, y se vuelve casi nada teniendo en cuenta que, a punta de sus convicciones, está arriesgando hasta la vida. Pero para él todo valdrá la pena cuando gane esta cruzada, entonces, lo conseguido compensará el sacrificio.

Pero las batallas de Juan no son solo en la calle, también en su casa; Francy, su esposa, le dice que no salga más, que esa lucha quizás no valga la pena. Lo hace, además, con el temor de una mujer que puede perder al amor de su vida y al papá de su hijo Gabriel. Incluso le pide que consiga un trabajo de verdad, donde gane más y arriesgue menos porque, aunque él se crea héroe, para la mitad del país es simplemente el verdugo. Sin embargo, Juan vuelve a las calles, su motor es Gabriel de cinco años, quien hace poco le dijo que quería ser como él. Juan tiene que conseguir eso por lo que lucha, ahora, además, se trata de no defraudar a su hijo.

Y este ya es otro día, uno de esos que parecen de trámite. Aunque ya les decía que acá se sabe cómo se empieza, pero no como se termina: el que subestimó como el día más sencillo, fue el peor para Juan. Cuando se vio al espejo tenía su rostro golpeado casi hasta la desfiguración. No quería ni ver a su hijo, no por su apariencia sino porque no tenía cómo explicarle, que él, que era su héroe, solo era un hombre real al que la fragilidad lo alcanzó en una noche brutal ¿Cómo explicarle que quienes lo atacaron decían querer lo mismo que él: un país justo, seguro y equitativo? ¿Cómo explicarle que en esta pelea los buenos y los malos quieren lo mismo? O aun peor, ¿cómo decirle que él es el malo en la historia que muchos cuentan?

Ese día Juan por poco se rinde. Pero esta gesta aún no termina. Así que guardó su dolor y de nuevo alista su traje de superhéroe, ese verde oliva que hace tan orgulloso a su hijo, el uniforme del policía en el que se quiere convertir Gabriel cuándo sea grande. Ojalá los otros en la calle logren descubrir al humano que hay detrás del uniforme. Ojalá puedan encontrar, en el que ven como su verdugo, al superhéroe que Gabriel espera todas las noches.

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