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Soy periodista, mamá, ciudadana como cualquier otra, y como muchos colombianos vi con atención -quizá con dudas y preguntas- el fallo condenatorio contra el expresidente Álvaro Uribe. Ojo, respeto la justicia, pero creo que eso tampoco puede vedar el debate, el análisis y las inquietudes. Y acá hay algo que no me termina de cuadrar.
No es porque se trate de Uribe, es porque se trata de justicia. Y este fallo, creo, no fue ni justo, ni ajustado. Lo que vimos en muchos momentos cuando se calificaban las pruebas de la defensa fueron valoraciones innecesarias expuestas con frases que más suenan a sarcasmo que a argumentos jurídicos: que si “se alinearon los planetas”, que si “el ángel de la guarda se apareció”, que si esto era “realismo mágico” ¿Así se desacredita la defensa de una persona en una sentencia de más de 1.000 páginas? ¿Con ironías?
Y lo que más me preocupa: en este caso, se aceptaron como válidas unas interceptaciones telefónicas que se hicieron… ¡por error! Es decir, alguien pidió chuzar a otra persona y terminaron escuchando al expresidente. Fue una coincidencia inexplicable, dicen. Pero esa “metida de pata” terminó siendo clave para abrirle el proceso a Uribe. Esto va más allá, no se trata de un expresidente, sino de cualquier ciudadano. Yo me pregunto: ¿qué pasaría si mañana a usted o a mí nos interceptan por equivocación y luego usan esas grabaciones para armarnos un caso?
También se usaron como prueba conversaciones entre Uribe y su abogado, pese a que, según entiendo, eso debería estar protegido ¿Qué clase de defensa puede tener uno si hasta las charlas privadas con su abogado pueden volverse evidencia en su contra? Lo planteó el penalista francisco Bernate: “Hoy somos nosotros los penalistas, pero mañana será ustedes, los médicos, los contadores, los periodistas, los obligados a revelar sus fuentes o sus secretos profesionales”.
Ahora, miremos el contexto. A Uribe podrían darle hasta nueve años de cárcel por este caso, esa es la pena que pidió la Fiscalía. Y mientras tanto, exjefes de las Farc -responsables de masacres, secuestros, tomas guerrilleras o reclutamiento- hoy ocupan curules en el Congreso y no recibirán condenas que impliquen un solo día de cárcel ¿No les parece que hay algo que no cuadra? No se trata de justificar a nadie, pero sí de pedir coherencia, simetría y una “justicia justa”, que nos mida con la misma vara.
Va más allá de declarar la inocencia o culpabilidad de alguien. Acá lo que reclamo es el derecho a dudar de un fallo cuando veo que se desechan las pruebas de un lado con burla, y se acepta todo del otro con fe ciega. Cuando veo que el proceso empezó con una Fiscalía que pedía cerrar el caso porque no había pruebas, y termina con una condena sin que hayan aparecido nuevos documentos. Cuando siento que el juicio se politizó, porque, aunque la jueza dijo que solo había argumentos jurídicos no ideológicos, el ambiente parecía más de represalia que de una búsqueda de la verdad.
Y no es tampoco que la justicia se arrodille al poder. Es que la justicia no use su propio poder para arrodillar la verdad. No se puede castigar a unos con dureza, mientras se premia a otros con indulgencia. Y por eso, como ciudadana, me inquieta, me incomoda y me hace ruido este fallo. Porque cuando la justicia no parece ajustada, se rompe algo muy frágil: la confianza.
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