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Mi abuelo Pepe Olier, quien hizo las veces de padre en ausencia del mío, me enseñó a trabajar duro, el respeto por la autoridad y, ante todo, la honestidad.
Así mismo, mi abuelo Mario Márquez, además de dejarme mi nombre, me marcó por su obsesión por el orden, a poner siempre una sonrisa ante las adversidades, y decía que nunca se debía desviar una plata que era para un fin. Ambos con algo en común: eran contadores, el título se llamaba: “Contador Público Juramentado”. Pepe, de la Bavaria de Augusto López, y Mario, de importantes clientes en Barranquilla.
No puedo olvidar que llevaban ambos trabajos a la casa, atendían a sus jefes y clientes con amor hasta altas horas de la noche, cuando enfrentar un cierre o un vencimiento de la Dian se avecinaba. Su mejor compañía eran varias pilas de papel que llenaban cuidadosamente a mano, con lápices Berol mirado de dos colores: negro para valores positivos y rojo para valores negativos, que a su vez clasificaban en el correspondiente débito o crédito.
Diligenciar el formulario de impuestos de la declaración tenía el arte de no tener ningún tachón y abajo con firmas caligráficas. Luego acercarse a la Dian, donde una nube de diligenciadores expertos tributaristas, a la entrada, ofrecían el servicio de hacerlo por usted con máquinas de escribir de carro ancho y de carro mediano y corto, hecho que sucedió hasta el año 2005, cuando apareció la declaración electrónica.
La indumentaria de mis abuelos se caracterizaba por los esferos y lápices que sobresalían del bolsillo del frente de la camisa, mi abuelo Mario en Barranquilla con manga corta, y Pepe en Bogotá con saco elegantísimo tenía bolsillos secretos para guardar las almohadillas para la huella digital. Además, cómo olvidar ese artilugio de plástico que se colocaban en el antebrazo para no ensuciarse las muñecas de los restos de lápiz y de cuando les tocaba contar dinero y monedas para cerrar la caja menor.
Justo seis meses después de la muerte de mi abuelo Pepe en 1999, Mario ya había muerto cuando yo tenía ocho años; en el año 2000, como un regalo en compensación, apareció la Chava, mi esposa. Contadora ella de profesión, quien con méritos se graduó del Externado y entre las elegidas pudo entrar a la principal Big Five de la época, en esa época eran cinco, hasta que una compañía en Texas llamada Enron Corporation, junto con la entonces prestigiosa firma Arthur Andersen, permitieron crear el mayor fraude empresarial conocido hasta ese entonces. Un día, todos los documentos en papel los estaban pasando por las trituradoras de papel de aquellos personajes para olvidar, días siguientes, mi esposa resultó trabajando en Deloitte.
Desde su rol de auditora de grandes compañías en Colombia, siempre su escritorio de trabajo estuvo rodeado de pilas de papel o de unas carpetas llamadas “Azetas”, el lápiz negro y rojo evolucionó a esfero. Lo que no cambio fueron las largas jornadas de trabajo. Luego trabajó en Bavaria, pero ahora la de SABMiller, donde cooperó con la estructuración del centro de servicios compartidos contables desde el Perú para la región, donde se hablaba ya de Big Data y datos compartidos. Finalmente, en Avianca donde tuvo su última etapa antes de independizarse, tenía la responsabilidad de reporte de más de 100 sucursales del grupo en 28 países, donde el papel seguía siendo el medio de almacenamiento de los datos. Las largas jornadas de trabajo se mantenían para consolidar la información.
Así me tocó, estar muy de cerca de los contadores en el trabajo también. Tuve la oportunidad de fungir como CFO o financiero de varias compañías, donde mi principal aliado siempre fue el contador para organizar la casa, implementar cambios en los sistemas contables y brindar información confiable para la toma de decisiones a mis jefes. Siempre los datos en papel en formatos diferentes, hacer gimnasia con los números nos convirtió a los financieros en expertos en Excel y gráficos de Power Point.
Ahora, la vida me dio la oportunidad de trabajar en la Dian, una entidad donde 10.600 funcionarios generan impacto positivo en la vida de todos. En este momento los líderes, estamos impulsando transformaciones que le harán la vida más fácil a los colombianos. A mí me tocó la factura electrónica, donde dejar andando el libro de compras y ventas electrónico será el legado para hacerle la vida más feliz a los contadores, ¿por qué?
El libro electrónico de compras y ventas, hace parte del sistema de factura electrónica donde los ingresos y las compras estarán soportadas con facturas electrónicas, los costos y gastos como la nómina, las cuentas de cobro, las importaciones en documentos electrónicos también. Los impuestos se transarán entre clientes proveedores y la Dian en formatos electrónicos todos estandarizados. Así la Dian, podrá pre llenar las declaraciones de todos los impuestos, ¿recuerdan las máquinas de escribir?. Los sistemas contables van a ingresar la información de forma automática, para que los jefes tengan la información en tiempo real para que logren decidir en el momento justo que las cosas suceden, no un mes después.
El papel se va eliminar por completo, pero el contador no se puede eliminar, ¡cómo se les ocurre! se debe transformar, ahora el valor que dará un contador será el de analizar la información, brindar seguridad, compliance, mitigación de riesgos, para lo cual la tecnología le está dando la mano a pasos acelerados.
Sé que Pepe y Mario fueron muy felices, con su arduo trabajo nos sacaron adelante. Ahora quiero que los contadores sean felices con el libro de compras y ventas que a cierre de 2021 tendremos listo, puedan estar en un cierre contable y en una presentación de declaración de impuestos en compañía de sus familias. El contador hoy nos da ejemplo de trabajo a la sociedad, son más de 230.000 colombianos que en este momento están trabajando haciendo país y no en la calle.