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No hay mayor fracaso de una sociedad que resignarse a ver a su juventud sin rumbo. En un país donde más de 24% de la población está compuesta por jóvenes entre 14 y 28 años, uno esperaría encontrar esperanza, energía, talento y proyectos de vida floreciendo. En cambio, Colombia se enfrenta a una realidad inquietante: 22,1% de estos jóvenes -2,48 millones según el Dane- ni estudian ni trabajan. Son los llamados “ninis”, jóvenes invisibles para el sistema, arrastrados por la inactividad, la informalidad o, en el peor de los casos, por la ilegalidad.
Más preocupante aún es el hecho de que 70% de estos jóvenes son mujeres, muchas de ellas atrapadas en roles tradicionales de cuidado no remunerado, que les impiden estudiar o ingresar al mercado laboral. Las cifras oficiales indican que más de 90% de las mujeres jóvenes inactivas declara que su principal actividad tiene que ver con las responsabilidades del hogar. Se trata de una exclusión estructural.
Esta situación refleja fallas persistentes en las políticas educativas y laborales y una histórica indiferencia estatal. Aunque la cobertura en educación básica ha aumentado, la deserción escolar sigue afectando a más de 360.000 estudiantes al año, según el Ministerio de Educación. Las razones son múltiples: falta de recursos económicos, infraestructura inadecuada, docentes mal remunerados y poco acompañamiento socioemocional. A esto se suman entornos familiares inestables y una desconexión profunda entre el sistema educativo y las realidades regionales y del mercado laboral.
La tasa de desempleo juvenil ronda 17,1%, y más de 54% de los nuevos empleos en 2025 son informales, especialmente entre los jóvenes (Dane). Esta precariedad alimenta el círculo vicioso de la marginalidad. Un informe del Banco Mundial calcula que Colombia pierde hasta 2% de su PIB anual por no aprovechar a esta población joven en edad productiva.
Sin embargo, también hay razones para creer en el cambio. Desde AmCham Colombia, con el apoyo de la Fundación Warren Buffett, hemos capacitado y vinculado laboralmente a más de 11.000 jóvenes en situación de vulnerabilidad. Es un esfuerzo, como otros, importante, pero insuficiente. Necesitamos políticas públicas decididas y articuladas con enfoque regional.
Integrar a los jóvenes con los sectores productivos de cada territorio es clave. Países como Alemania han reducido su desempleo juvenil a través del modelo de formación dual, donde los jóvenes combinan estudios con prácticas laborales en empresas. Chile y Uruguay han impulsado sistemas de alerta temprana para prevenir la deserción escolar, con resultados positivos. Irlanda y Portugal ofrecen subsidios temporales a empresas que contratan jóvenes sin experiencia, combinando empleo y formación certificada.
En Colombia urge fortalecer los programas de primer empleo, rediseñar incentivos tributarios para las empresas que contraten jóvenes y fomentar alianzas entre gremios, universidades, cajas de compensación y gobiernos locales. También debemos mejorar el acceso a servicios de cuidado infantil para que más mujeres jóvenes puedan estudiar o trabajar.
Colombia necesita a sus jóvenes, no solo como mano de obra, sino como líderes, innovadores y ciudadanos activos, devolverles el lugar que merecen no es un favor, es una inversión urgente, justa y necesaria.
Es un recordatorio: Colombia también se ha construido desde la confianza, desde el ahorro, desde el servicio y desde la decisión de creer en la gente cuando más lo necesita. Eso fue Conavi