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Analistas 04/11/2025

Decido tener esperanza II

María Claudia Lacouture
Presidenta de AmCham Colombia y Aliadas

Sigo eligiendo tener esperanza porque, a pesar del ruido, cada día alguien me recuerda que el bien avanza en silencio. Como doña Pili, que me vende los mamones en la 85 con 16 y que la última vez llegó con su hijo Pedro, estudiante de administración, quien, con humildad y grandeza, siente orgullo de su madre y de su trabajo.

A doña Pili se le iluminan los ojos para subrayar que Pedro es muy juicioso, “no solo porque estudia, sino porque es un buen muchacho: honrado, responsable y luchador”. En esas palabras es donde uno encuentra esa Colombia que construyen los que madrugan, ayudan, estudian, cuidan a los suyos y viven con valores y principios.

“Hay que encarrilar a los jóvenes a hacer las cosas bien”, puntualizó doña Pili y sus palabras me confirmaron que la esperanza no es evasión, sino reconstrucción de un orden moral compartido.

Durante años privatizamos la moral y, con relativismos, rompimos el hilo que nos une. En sencillo, como escribió Walter Lippmann, cuando lo que está bien o mal depende de lo que cada uno “siente”, perdemos el equilibrio que sostiene la vida en común.

Sin un orden moral compartido es difícil confiar y hallar sentido porque las reglas dejan de ser previsibles y nadie sabe a qué atenerse; porque la justicia se vuelve capricho -sin criterios comunes no hay cómo resolver conflictos de forma justa-; y porque la vida pública pierde un horizonte de propósito, lo que aísla a las personas y fragmenta a la comunidad. Recuperar mínimos morales no es imponer, es acordar bases para poder vivir juntos, cuidarnos y construir futuro.

Colombia ha atravesado crisis y las ha superado; no crecemos en la euforia, sino en rupturas y hoy vemos, como lo menciona doña Pili, que debemos hacer las cosas bien y gran parte de esto es recordar que la base de la democracia es libertad con deberes y derechos. Del individualismo que nos ha movido hoy más que nunca debemos movernos hacia la comunidad para cambiar la cultura del facilísimo y de los intereses personales por encima del bien común.

¿Cómo cambia una cultura? Empieza con un pequeño grupo que encuentra una mejor manera de vivir; los demás seguimos. En lo personal, atención y generosidad. En lo moral, principios y valores desde la casa y la escuela. En lo cívico, instituciones que curen grietas. De nuestra herencia rescatamos honestidad, responsabilidad y servicio actualizadas con trabajo bien hecho.

Doña Pili no dicta conferencias, pero enseña; Pedro no ocupa titulares, pero modela liderazgo: pagar a tiempo, cumplir la palabra, no aprovecharse del otro, estudiar con disciplina, cuidar el barrio, votar con conciencia, exigir con respeto. Si multiplicamos gestos así, la fábrica social se repara y las instituciones cierran grietas.

Ya estamos en ese camino, lo veo en emprendedores que pagan a tiempo, en campesinos que perseveran, en jóvenes que deciden servir, en empresarios que van más allá de generar empleo. Cada acto de decencia empuja hacia la justicia. Por eso decido tener esperanza: no es ingenua, es laboriosa y fecunda. Nos llama a hacernos cargo, a unirnos, a sumar. Y la sostengo mientras existan en cada esquina de Colombia una doña Pili y un Pedro recordándonos que el cambio empieza en casa y se contagia en la calle.

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