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Hoy se está dando una transformación rápida en el comercio global y pareciera que Colombia no se da cuenta. El mundo está pasando del multilateralismo clásico al plurilateralismo abierto, un esquema en el que países afines conforman coaliciones temáticas y flexibles para fijar reglas parciales en sectores estratégicos. No es un modelo perfecto, pero es el que se está consolidando frente a la parálisis del sistema multilateral. Entenderlo y adaptarnos será clave para no quedar fuera de las decisiones que marcarán el rumbo del comercio internacional.
El sistema de comercio global que conocimos, que reguló los mercados y facilitó el libre comercio, se extingue. La OMC está paralizada, sin capacidad de negociar, monitorear ni resolver disputas, mientras principios básicos para el equilibrio, como el concepto de “nación más favorecida” o concesiones arancelarias para el desarrollo, desaparecen y se impone la lógica del poder, el nacionalismo y el interés propio.
Ante esta realidad, lo peor que podemos hacer es ignorarla o reaccionar con soberbia. Necesitamos entender cómo insertarnos, adaptarnos, aprovechar las oportunidades que surgen mientras Estados Unidos y China se contraponen en estrategia e ideología.
Resulta insensato desaprovechar la posición que por décadas ha distinguido a Colombia como una democracia abierta y de economía de mercado. La defensa de la democracia y de reglas estables debe seguir siendo el eje, por encima de ideologías, y el fundamento de una política exterior de autonomía estratégica que combine principios claros con pragmatismo, fortaleciendo alianzas con EE.UU., América Latina y Europa, sin excluir oportunidades con países de distinto signo, incluido China.
Renunciar a esa combinación de valores y pragmatismo significaría perder relevancia y limitar la capacidad de insertarse con inteligencia en el nuevo contexto. La oportunidad, en cambio, está en las coaliciones de estándares altos como el Cptpp, los marcos regulatorios en tecnologías emergentes o las cadenas de suministro seguras, que pueden abrir mercados y fortalecer nuestra inserción.
Entrar en estas alianzas no basta. Se requiere un esfuerzo interno decidido, transición laboral y educación continua para preparar a los trabajadores ante la automatización; desarrollo regional que distribuya los beneficios del comercio más allá de las grandes ciudades; y una política industrial que potencie zonas francas, el Plan Vallejo y la atracción de inversión extranjera para integrarnos en cadenas globales de valor.
El fin del multilateralismo clásico no significa el fin de las reglas, sino el inicio de un orden distinto, más fragmentado y competitivo. Colombia debe anticiparse y actuar con rapidez para estar dentro de las coaliciones que marcarán el rumbo del comercio y la geopolítica del siglo XXI. A diferencia de los grandes tratados regionales, los pactos plurilaterales son flexibles y se pueden aplicar en sectores de alto impacto como comercio digital, servicios, energías renovables o tecnología.
La diplomacia colombiana, por ende, debe orientarse a la acción y construir alianzas temáticas, defender intereses estratégicos y posicionar al país como socio confiable en comercio, tecnología y sostenibilidad. La pregunta no es entonces si debemos adoptar esta estrategia, sino cómo y qué tan rápido lo haremos.
El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente