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Analistas 05/11/2014

Tom y Eduardo

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes
La República Más
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Mark Twain imaginó la historia de dos niños, Eduardo-el príncipe-y Tom-el mendigo-que aprovechaban su parecido físico para intercambiar los roles de su vida en la Inglaterra del siglo XVI. Movamos los personajes de Twain a nuestros tiempos y latitudes. Pensemos que Tom hace parte de una familia pobre, pero no tanto como la original de Twain, y que Eduardo nació en una cuna acaudalada. Su parecido físico es tal cual lo imaginó el gran novelista y ahora ambos tienen 16 años y acaban de presentar las pruebas Saber 11 obteniendo estupendos resultados. 

Eduardo irá con certeza a la mejor universidad del país, en las faldas de Monserrate, un cerro que habría inspirado memorables páginas a Twain. Su padre pagará gustoso la matrícula. Tom, sueña. Cada año, en Semana Santa, su familia sube las empinadas escaleras que llevan al santuario bogotano y en el camino suspira al pasar al lado de dicha universidad. Pero Tom sabe que al terminar el bachillerato deberá trabajar para sostener a su madre desempleada y sus cinco hermanos menores. En efecto, cerca de 30% de los bachilleres de estrato 1 con resultados en el 10% superior de las pruebas Saber no accede a la universidad. 

Pero a Tom le llega una noticia: por ser uno de los mejores bachilleres del país y además pertenecer al Sisbén 1, puede solicitar una de las 10.000 becas destinadas a personas como él. La beca cubrirá la matrícula en la universidad que escoja y algo de la manutención. Con ese impulso gubernamental, a la vuelta de cuatro años, Eduardo y Tom podrán intercambiar birretes en lugar de roles y Tom habrá roto para siempre el círculo vicioso de pobreza de su familia. Además, lucir el birrete es sinónimo de que la beca, que estrictamente hablando es un préstamo, le será condonada. Tom, con 20 años, tendrá el título universitario que soñó y saldrá al mundo sin deudas. Aquí, como en la historia de Twain, habrá un final rosa.

Pero no todos los Toms becados llegarán a graduarse. En Colombia, 50% de los estudiantes que entran a la universidad desertan sin terminarla. Claro que para los pilos como Tom, con altas pruebas Saber, la estadística mejora. Si además nos centramos en la universidad a las faldas de Monserrate el número es aún más bajo. “Sólo” el 20% no termina con éxito el viaje. 

Total, basados en la mejor de las tasas de deserción citadas, las 10.000 becas terminarán con 8000 Toms como los que imaginaría Twain, sentados al lado de Eduardo, birrete en mano; 2000 talentos se quedarán en el camino. Las reglas de juego dicen que esos talentos deberán pagar lo que les prestamos. Con que curse tres semestres en alguna universidad cara, ese Tom, ahora con 17 años, el mismo talento que a los 16 y todavía perteneciente a una familia muy pobre, deberá más 30 millones al Icetex; casi un mendigo, como el Tom de las primeras páginas de la novela original.

Entiendo que el programa quiera premiar a los exitosos y dar incentivos al esfuerzo, pero la penalidad por no llegar al birrete es demasiado alta. Para no perder los incentivos podríamos exigir que los desertores devuelvan la parte correspondiente a la manutención, dos salarios mínimos por semestre. Para recuperar algo de los recursos y poder perpetuar el programa, otra parte de la deuda la pueden asumir las universidades que recibieron al estudiante. Éstas se benefician de tener acceso a la crema de los bachilleres de bajos recursos y pueden correr con una parte del riesgo si sus estudiantes desertan. Y el resto se cobra con los réditos sociales y económicos de los 8.000 ó 9.000 Toms que, como el de Twain, reciben el título de “protegido del rey”: universitario, lo llamaríamos en la adaptación colombiana de la novela.

Twitter: @mahofste

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