Ken Rogoff es un prestigioso economista de la Universidad de Harvard. Carga con orgullo el imaginario moño rojo con el escudo de la institución. Tiene fama de ser excelso ajedrecista. Ha escrito más de 20 libros y cerca de una centena de artículos en las revistas especializadas más renombradas en economía. Está entre los 10 economistas más citados de la historia. Ha venido a Colombia varias veces. En una de ellas participó en una conferencia en la Universidad de los Andes en 2007, haciendo parte de un panel con Nouriel Roubini comentando la crisis hipotecaria que comenzaba a vislumbrarse en Estados Unidos. Me marcó cómo el pesimismo que catapultó más tarde de Roubini al estatus de gurú contrastaba con el moderado optimismo de Rogoff.
Carmen Reinhart carga el mismo moño rojo que su coautor Rogoff. De origen cubano, está entre los 30 economistas más citados en la academia. De hecho es la primera mujer en esa lista. También ha venido a Colombia. Recuerdo haberla visto en estas tierras en dos ocasiones. Una, cuando dictó un curso en 1997 en una escuela de verano en la Universidad de los Andes. Otra, participando en una conferencia, en la misma institución y en ese mismo año, en la que presentó una investigación sobre las alarmas que se prenden en los países antes de una crisis financiera. Tengo marcado en mi mente cómo en aquel entonces, tras oírla describir las sirenas que suenan antes de las crisis, Santiago Montenegro-entonces decano de economía de esa casa-saltó al podio, felicitó a la autora por la investigación y se declaró en pánico por los resultados de ésta: todas las alarmas que Reinhart señalaba como predictoras de crisis, las teníamos prendidas en Colombia. Al cabo de dos años estábamos inmersos en la peor crisis económica en medio siglo.
Recientemente, Reinhart y Rogoff abrieron una agenda de investigación conjunta inspirada en la crisis financiera global de la cual el mundo aún no se repone. Parte de la atención se la han dedicado a explorar la relación que hay entre los niveles de deuda pública y el desempeño económico de largo plazo de un país. Sus conclusiones enfatizan en que parece haber una “asociación” negativa entre el crecimiento económico de largo plazo y el nivel de deuda cuando esta supera el 90% como porcentaje del PIB.
Nótese que al igual que R&R digo “asociación”; no hablo de causalidad. La diferencia puede parecer sutil y un capricho semántico pero no lo es. Es distinto y tiene lecciones de política pública muy diferentes que la deuda crezca como consecuencia del mal desempeño económico a que la deuda cause el pobre crecimiento de la economía. Las investigaciones de R&R no permiten distinguir entre ambas hipótesis y los autores son cuidadosos en señalarlo.
A pesar del cuidado semántico de los académicos, la política se apropió de los resultados de R&R sin el recato original. Políticos que defendían la austeridad fiscal afirmaron que el crecimiento de largo plazo decaería si la deuda cruzaba el fatídico paralelo del 90% de deuda sobre PIB, tal como lo “mostraban” R&R. Hasta ahí había pocas sorpresas; uno controla lo que escribe pero no el uso que otros le dan a esos escritos. La sorpresa vendría de boca de otros académicos que recientemente publicaron un artículo en el que mostraban que R&R habían cometido un error grueso en sus hojas de Excel, aquellas que usaron para soportar el famoso resultado. En cuestión de días pasaron de reputados académicos de moños rojos a demonios rojos.
Las implicaciones y características del error, algunas reflexiones para la profesión y el avance en el debate sobre la relación entre crecimiento y deuda las presentaré-como en las telenovelas-en el próximo capítulo de este espacio.
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