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Analistas 13/12/2012

Blanchard

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes
La República Más
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Como dirían nuestros locutores deportivos: es espigado. En los atriles, detrás de los cuales ha pasado buena parte del último lustro, siempre termina inclinado, doblado, persiguiendo los micrófonos que, como juegos infantiles, le llegan al ombligo. Pero no es solo su altura física “es que tiene aura” dirían los amigos del cuarzo. Le cuesta pasar desapercibido.

 
A  finales de los 70s terminó su doctorado en economía en MIT, entidad de la que fue profesor hasta hace un lustro cuando aceptó ser el economista jefe del FMI en los años más cruciales de este cargo desde que el FMI se fundó poco antes de que Blanchard naciera en el norte de Francia, en plena posguerra.  Antes de llegar a este cargo, Blanchard escribió más de cien artículos en revistas científicas y varios libros, algunos de texto, que terminaron siendo Biblias macroeconómicas.
 
Desde el atril del FMI le hemos visto dirigir cambios de tono, de forma y de fondo de esta institución que hasta hace unos años parecían impensables en lo que para muchos era la cuna de la ortodoxia económica. El FMI bajo Blanchard sigue siendo una institución técnica del cuello para abajo y política de ahí para arriba pero perdió la boca dogmática y ganó oídos. Las ideas ahora ya no se descartan por seguir credos fundamentalistas y a diferencia de los micrófonos de marras, la institución mira más allá del ombligo. 
 
Tres ejemplos ilustran el cambio de postura. Primero, hasta hace poco el FMI había demonizado los controles a los flujos de capital. De un tiempo para acá el FMI ha sugerido que en ciertas circunstancias estos son un instrumento útil para prevenir desequilibrios macroeconómicos y aislar temporalmente a las economías de turbulencias del mercado financiero internacional. Otro ejemplo es la postura del FMI respecto a los efectos de los apretones fiscales en tiempos de crisis. En el pasado cuando en medio de una caída libre un país acudía al paracaídas de FMI la primera condición para abrirlo era un drástico ajuste fiscal. Sin aplaudir el despilfarro ni los excesos fiscales, el FMI ha venido advirtiendo sobre los peligros de ajustes draconianos en malos tiempos. Un yeso demasiado apretado puede ser peor que la fractura misma. Y finalmente, investigaciones del FMI han mostrado recientemente que las recesiones pueden dejar cicatrices permanentes en la economía. Hasta hace poco esta idea recibía de parte de la mayoría de los economistas un tratamiento similar al del los cátaros por parte de la Iglesia Católica en la Edad Media. 
 
Hace unas semanas estuve en un evento académico clausurado por Blanchard. Dio un repaso a la coyuntura económica mundial, los riesgos, las opciones de política y las perspectivas globales. En el mensaje para los países emergentes enfatizó la necesidad de estar alerta, preparado, con cinturones abrochados, guantes enfundados y la guardia alta. La economía mundial no ha salido de la montaña rusa por la que ha transitado recientemente. En el camino, en los próximos años, un pasajero del mundo desarrollado, grande y fornido, podría saltar del vagón, pedir paracaídas y anunciar una cesación de pagos. Ah y no estoy hablando de  Argentina que se acerca nuevamente a su tradicional crisis decenal. 
 
Twitter: @mahofste

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