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Analistas 14/05/2019

Déjenme ver mis hijos

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes
Analista LR

María vive en Zipaquirá con sus dos hijas en una vivienda de interés social que adquirió hace seis años, gracias al subsidio que recibió del Gobierno para la cuota inicial. Cuando la compró, la regulación de la administración hacía que no hubiese oferta de ese tipo de vivienda en Bogotá, por lo que diariamente se transporta durante dos horas de ida y dos de vuelta a su lugar de trabajo en la capital. A pesar de que su madre se encarga de sus hijas entre semana, lamenta no poder verlas despiertas cuando llega a casa a las 8:30 pm debido a los trancones de la Autopista Norte.

Los hijos de Alberto viven desde hace dos años en Cajicá donde la familia se mudó para que tuviesen más contacto con la naturaleza. Siguen estudiando en su colegio de Chapinero, con la fortuna de que existe una ruta de buses escolares que los recoge en casa. Sin embargo, dada la congestión vehicular, pasan tres horas y media diariamente haciendo las tareas en el bus, donde pasan más tiempo despiertos que en su propia casa.

Bogotá está en la quinta posición entre las ciudades en el mundo en la que los conductores pasan más tiempo en una congestión, con 80 horas al año. El caso de la Autopista Norte y la carrera Séptima es dramático. Los fines de semana transitan por ambas vías 70.000 vehículos, 61% de los automotores que salen de la capital. De ahí que recorrer los 3,5 kilómetros entre las calles 153 y la 192 se pueda tardar más de una hora en hora pico, eso si no hay aguaceros o accidentes.

En hora pico, la velocidad promedio en la Autopista Norte de 16,5 kilómetros por hora genera 60% más de emisiones de dióxido de carbono que una velocidad de 50 kilómetros por hora. El daño ambiental generado es preocupante en una ciudad, que enferma a sus habitantes por el exceso de emisiones. La congestión de la Autopista Norte impacta a más de un millón de habitantes del norte de la capital y los municipios aledaños para quienes visitar familiares en otros barrios de Bogotá se volvió una odisea. La ciudad no cuenta con vías alternas prácticas para solucionar su conectividad vial al norte.

Usualmente, los problemas de falta de infraestructura de esta índole no tienen solución debido a la falta de presupuesto o voluntad pública para ejecutar las obras necesarias para la vida en sociedad. Sorprendentemente el problema del tráfico del norte de Bogotá tiene hoy una solución sencilla, que no requiere de recursos públicos y está lista para ejecutarse: la prolongación de la Avenida Boyacá desde la calle 170 hasta Chía.

Esta obra podría iniciarse en menos de un año y finalizarse en menos de tres, de no ser por un detalle que un puñado de habitantes ha esgrimido en detrimento de las grandes mayorías para bloquear el proyecto, la oposición a la sustracción de la reserva Van der Hammen en la CAR. Si bien la constitución de una reserva ambiental es un objetivo loable, impedir la construcción de infraestructura de la ciudad en detrimento de más de un millón de sus habitantes definitivamente no lo es. La prolongación de la Avenida Boyacá no afecta negativamente una reserva Van der Hammen declarada en tierras privadas y más de un millón de personas, entre los cuales están los hijos de María y Alberto. Ellos necesitan que se construya para mejorar su calidad de vida.

Escribo esta columna siendo parte del comité directivo del fideicomiso Lagos de Torca.

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