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Con el sol a sus espaldas, lánguido y brumoso, empieza el fin del gobierno de Gustavo Petro. No hay casi nada para mostrar. Es el cambio que no fue. O, más bien, fue el cambio para mal que cumplió con aplausos su objetivo. Una incompleta reforma pensional que no alcanzará a saltar el obstáculo de la Corte Constitucional. Una nefasta reforma tributaria que contrajo el recaudo. El chú-chú-chú en salud, infraestructura, educación y servicios públicos. La destrucción intencional de Ecopetrol. Un retroceso en materia de orden público a circa 2002 y unas finanzas públicas con todos los indicadores en rojo. Para no hablar de la vulgar corrupción y del desgreño de la administración actual.
La razón por la cual no hay más desempleo, inflación o devaluación es por la inercia de una economía bastante noble, como dirían las señoras. Lo que a su vez explica que el Presidente mantenga una popularidad de 35%, que es un poco más que el apoyo de su base pura y dura.
Afrontar la elección de 2026 en estas circunstancias no será fácil para el régimen. Es casi seguro que la representación parlamentaria del Pacto Histórico se reducirá a la mitad y se ve difícil que el candidato presidencial de la coalición del Gobierno saque cabeza.
La respuesta a la debacle en ciernes será la línea retórica emanada del X presidencial -y reproducida por sus portentosas bodegas- justificando la continuidad del petrismo en el poder: “no nos dejaron” será la excusa. Los responsables del caos nos dirán que la culpa es de esas oligarquías neoliberales y sus aliados politiqueros que se interpusieron en el camino del cambio y cerraron el paso para mantener sus privilegios centenarios.
Esto encaja a la perfección con la dinámica de victimización eterna que tanto abrazan. “Quisimos, pero no pudimos porque no nos dejaron” es la justificación de la desidia, banalidad e inmoralidad de un gobierno fracasado. Siempre habrá, en esta cosmovisión donde la agencia humana se desvanece, una fuerza superior indeterminada y maligna que conspira para que el estado de cosas se mantenga inalterado. “Resistencia” y “No pasarán” son sus corolarios -y vendrán después, con certeza absoluta-; frases de un argot rebelde que denotan a la vez impotencia y desafío pero que, además, sirven para perpetuar la lucha.
La lucha por la lucha, porque resultados y cambios no los hay. Ni ahora ni nunca. Petro personifica como nadie el paradigma del bla, bla, bla. Es la retórica de la ilusión que, en vez de marchitarse con los golpes de realidad, se potencia. Entre mayor sea el desengaño, mayor será su latente pervivencia.
Si no en 2026, en los años venideros escucharemos sobre la revolución que no fue. Como el tren elevado de Buenaventura a Barranquilla, la Paz Total, la transición energética, los acueductos en La Guajira y la diseminación del virus de la vida por las estrellas del universo. Obras y actos que solo se ejecutaron en la fértil imaginación del caudillo y sus seguidores. En el mundo alternativo, donde las excusas son razones, la realidad solo sirve justificar su incompetencia.