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Analistas 30/11/2022

El síndrome de Adán

En el pasado Festiva de las Ideas llevado a cabo en Villa de Leyva ocurrió un curioso episodio de “usted no sabe quién soy yo” pero al revés. Podríamos decir que esta vez fue un caso de “yo no sé quién es usted”.

El episodio ocurrió después de una exposición de la Ministra de Cultura sobre la necesidad de involucrar en la construcción de tejido social a las comunidades indígenas y afro presentes en el “territorio”, cuando Manuel Rodríguez Becerra tomó la palabra y se presentó con su nombre.

La Ministra -de manera respetuosa, hay que decirlo- lo interpeló para preguntarle quién era y el señor Rodríguez, presidente del Foro Nacional Ambiental y el primer ministro de Ambiente del país, le respondió sin fanfarria que era profesor emérito de la Universidad de los Andes.

La anécdota vale la pena no tanto por el lapsus ministerial -al fin y al cabo, nadie tiene porque conocer la hoja de vida de todos sus interlocutores- sino por lo que vino después. El profesor Rodríguez le recordó a la ministra que, en materia de inclusión de las comunidades étnicas en el tejido social, fue el presidente Barco y sus sucesores quienes le escrituraron treinta millones de hectáreas a los resguardos indígenas y seis millones de hectáreas a las comunidades afro.

Y que fue Gaviria quien insistió en definir al Estado colombiano como pluriétnico y multicultural, quedando así en la constitución colombiana décadas antes de que Evo y Boric propusieran modificaciones similares en sus cartas fundamentales.

Las implicaciones de la intervención eran obvias: este nuevo gobierno sufre de un caso agudo de síndrome de Adán. Algo que ya había quedado esbozado en un panel precedente cuando un miembro destacado del Pacto Histórico aclaró que esta “no era una época de cambio, sino un cambio de época”. O sea que, para el gobierno, estábamos en el año cero de la creación.

Uno podría desestimar estos pronunciamientos como simples excesos retóricos de funcionarios que montan por primera vez en carros oficiales, pero la cosa no es tan inocente. El adanismo los está llevando a implementar una agenda de destrucción, disfrazada de “cambio”, que amenaza muchos de los más importantes logros sociales recientes.

Las cargas de dinamita ya están instaladas para demoler el sistema de salud que es, bajo cualquier parámetro, uno de los mejores del mundo; el sistema pensional, que resulta clave para estimular el mercado de capitales y estabilizar las finanzas públicas y el régimen laboral, que después de mucho esfuerzo ha logrado algo de formalización y flexibilidad. Los reemplazos propuestos -cuando se conocen- son refritos de los esquemas estatistas y corruptos de los años setenta.

Todavía existen algunos miembros de la coalición de gobierno que se sienten incomodos con la estrategia de tierra arrasada que se vislumbra. Insisten que lo que se busca es construir sobre los construido. Desafortunadamente los hechos y la retórica vociferante de buena parte del gabinete los desdicen. Ya veremos pronto quien ganará este pulso, si los émulos criollos de Pol Pot o los de Mandela.

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