.
Analistas 17/09/2025

El problema del grafiti

La República Más

Dicen que Bogotá es una de las capitales mundiales del grafiti, aunque no sabe uno si esta afirmación es para celebrar o para lamentar. “Es arte urbano”, según una parte numerosa de la literatura publicada sobre el tema en los últimos años. Por ejemplo, en una de las obras recientes titulada “Ahí está pintada”, se enaltece el fenómeno: “este libro propone un recorrido por las calles de Bogotá mientras plantea preguntas profundas sobre la ciudad y el grafiti. ¿De dónde vienen? ¿Quiénes los hacen? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Qué quieren decir? ¿Por qué Bogotá o Nueva York, y no Tokio o Amberes?”, dictamina en su contraportada.

Para gustos, los colores, dice el dicho. Keith Haring y Basquiat habrán convertido el grafiti en arte hace varias décadas y su obra ahora vale millones cuando en su momento eran incomprendidos y rechazados. Y, ciertamente, algunos de los murales más embaticos de Bogotá pueden aspirar a considerarse obras respetables.

Pero una cosa son los Banksi criollos y otra muy diferente los vándalos que gastan piscinas de pintura dibujando mamarrachos en el inmobiliario público. Aunque muchas veces sea difícil saber quién es quién, es claro que esto último tiene poco de artístico y mucho de pandillismo. En algún momento, cuando el grafiti se hizo popular en el Nueva York de los años 70 se pintaban profusamente los vagones del metro hasta que llegó Rudy Giuliani y puso fin a la práctica. La razón no fue una cruzada victoriana contra el mal gusto sino el desarrollo de una teoría para enfrentar la criminalidad que se conoció como la de las “ventanas rotas”.

Según esta escuela una ventana rota en el vecindario lleva a otra y a otra. Luego se rompen los focos de luz, se oscurecen las calles -lo que facilita los robos- y se deteriora el entorno. Pronto los ciudadanos pierden el espacio público que se convierte en territorio de los criminales. El grafiti en el Nueva York de Giuliani era como una ventana rota: no se permitiría. Y así el alcalde le declaró la guerra. El resultado fue el esperado. Los índices de criminalidad bajaron, los precios de la propiedad subieron y la gente regresó a las calles.

El grafiti bogotano no hace que la ciudad sea más interesante, sino que sea más fea. La indiferenciación entre los murales urbanos de valor artístico y el simple pintoreteo demerita lo primero y acrecienta lo segundo. Las nuevas obras -de las cuales la ciudad debería sentirse orgullosa- se deslucen cuando quedan desfiguradas por los manchones grafiteros, como ocurrió con el deprimido de la calle 72 y seguramente ocurrirá con las estaciones del metro. Es como ponerse un esmoquin con botas de caucho. La apropiación ciudadana del espacio público no se logra cuando las tribus marcan su territorio a punta de aerosol.

Los bogotanos soñamos con una ciudad moderna, limpia y segura. El grafiti es un anatema a estos propósitos. Sin tener que escribir un libro de 150 páginas es fácil concluir porqué en esta ciudad tenemos una epidemia de grafiti, al igual que ocurrió en Nueva York en 1979: porque es un síntoma de deterioro que tenemos que reversar.

Conozca los beneficios exclusivos para
nuestros suscriptores

ACCEDA YA SUSCRÍBASE YA

MÁS DE ANALISTAS

ÚLTIMO ANÁLISIS 03/12/2025

La decisión del salario mínimo

El alto aumento del SM, como afirma el gobierno, incrementa la demanda agregada y, junto con el desborde fiscal, ha generado presiones inflacionarias inmanejables

ÚLTIMO ANÁLISIS 03/12/2025

Transformación educativa digital

No basta con utilizar la tecnología de manera instrumental o reactiva; es necesario aprender a integrarla estratégicamente para generar beneficios educativos

ÚLTIMO ANÁLISIS 03/12/2025

Nuestra política hiere la condición humana

El primer daño es el tránsito de la búsqueda genuina de la verdad hacia la imposición de la posverdad, donde los hechos dejan de importar y son reemplazados por narrativas conveniente