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Analistas 12/05/2021

El pasado en presente

El expresidente había salvado al país del caos, con mano firme y convicción había impuesto su visión de orden y progreso: cohesión nacional alrededor de los valores tradicionales; confianza de los inversionistas, con límites al libre mercado, y seguridad, a través del fortalecimiento del Ejército y la Policía.

Los últimos años, la verdad sea dicha, habían sido de prosperidad, pero persistían algunas amenazas insurgentes y ciertos miembros de la coalición del gobierno habían traicionado la causa. Esto había forzado al expresidente a posponer su retiro de la política; la constitución, sin embargo, le impedía la reelección.

Fue entonces cuando Miguel Antonio Caro se ingenió una elaborada maniobra que consistía en proponer una dupleta de ancianos, Manuel Antonio Sanclemente, como presidente y José Manuel Marroquín, como vicepresidente. Ninguno era idóneo para ocupar la primera magistratura, el primero tenía 84 años y mostraba síntomas de senilidad; el segundo, no mucho más joven, era un autor de novelas costumbristas, sin experiencia alguna en el manejo de asuntos públicos. Como un maestro ventrílocuo, Caro esperaba seguir siendo el poder detrás del trono.

El cuento largo hecho corto es que, al final, Marroquín acabó de presidente. Aislado y terco, prolongó de manera innecesaria la guerra que se conocería como la de los Mil Días, -recrudeciendo la violencia al rechazar las iniciativas de paz- y, luego, en un acto de incompetencia monumental, estropearía las negociaciones con Estados Unidos para la construcción de un canal en Panamá, lo que llevaría a la pérdida de ese pedazo de territorio nacional.

En un ranking de presidentes publicado en 2010 por la revista Semana, Marroquín fue clasificado como el peor presidente en la historia colombiana. Este es un juicio casi unánime; él mismo decía que no lo había hecho tan mal: “recibí un país y les devuelvo dos”, era su defensa.

Es fácil llegar a conclusiones equivocadas con base en analogías históricas. Ni Caro es Uribe, ni Duque es Marroquín. Han pasado ciento veinte años, el país y el mundo son diferentes. La política y la sociedad también. No obstante, hay que ver la historia no como una como rueda que da vueltas sino como una advertencia.

La crisis múltiple que vivimos en estos momentos es de las más graves de la historia, comparable con la masacre de las bananeras, el 9 de abril, el 10 de mayo del 57 y la guerra contra los carteles. Estas llevaron a la caída de la hegemonía conservadora, la Violencia, el Frente Nacional y la constituyente del 91; es decir cambios de paradigma político.

Duque -que conoce de historia- tiene que demostrar que está a la altura de las circunstancias, en sus manos está encausar al país por el marco institucional hacia los cambios que la gente exige en la calle. Asumir que todo es producto de un complot castrochavista (aunque de eso algo hay) es un error. De lo contrario, como Marx decía, la historia se acabará repitiendo, primero como una tragedia y después como una farsa.

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