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Analistas 16/11/2022

Dónde muere el woke

El movimiento “woke” está carcomiendo las bases de la democracia representativa, los derechos individuales y la libertad de expresión.

Se trata de una moda iniciada, como suele ocurrir con estas cosas, en las universidades de los Estados Unidos. Consiste, básicamente, en un sancocho complejo de ideas relacionadas con lo que consideran es “justicia social”, a través de la promoción de activismos en diferentes áreas: feminismo interseccional, ambientalismo radical, animalismo post antropocéntrico, antidesarrollismo, derechos transexuales y lucha contra el racismo estructural, por mencionar solo algunos. O, dicho en otras palabras, el woke es la “corrección política” en esteroides.

Es, también, lo que ha llevado a la destrucción de las estatuas de próceres, a la desfinanciación de los cuerpos policiales, a la introducción de la ideología de género en los colegios, a la vandalización de obras de arte y a la cancelación de miles de académicos, científicos y escritores que se atrevieron a contradecir los dogmas de estos nuevos fundamentalismos.

En Colombia, donde somos buenos para copiar cosas tarde y mal, tuvimos nuestra dosis de woke en las marchas de 2021. No era sino leer los incomprensibles pliegos de estos marchantes para comprobar que se habían tragado el anzuelo del woke hasta el gaznate. Como lo ha hecho el actual gobierno, donde los funcionarios compiten por incorporar en las políticas públicas muchos de los elementos más estridentes del movimiento.

Aunque algunas de las causas, como, por ejemplo, la no discriminación por razones de género, orientación sexual, raza o religión o el bienestar animal y la protección del medio ambiente son imprescindibles, el radicalismo e intolerancia con la cual se promueven resultan insoportables. Negar las realidades biológicas, los contextos históricos o los inmensos avances generados por la economía de mercado para hacer activismo -muchas veces censurando y acallando, hasta con violencia, las opiniones contrarias- ha empezado a generar reacciones poderosas.

Ninguna como la que acaba de ocurrir en la Florida, donde el gobernador Ron DeSantis, después de obtener una aplastante reelección, anunció en el discurso de victoria que su estado era el lugar “donde el woke llegaba a morir”. En efecto, DeSantis no solo hizo campaña contra el woke sino que gobernó en rechazo explícito a sus ideas. Mantuvo la economía abierta durante la pandemia, promulgó leyes en contra de la ideología de género, se aseguró que la policía persiguiera a los criminales y se arropó en los valores tradicionales de libertad y responsabilidad individual.

Es posible que DeSantis sea pronto presidente de los Estados Unidos, en muy buena medida por su posición antiwoke. En Colombia ante la improvisación y extremismo de muchas de las políticas públicas woke de este gobierno, como la guerra contra los hidrocarburos, el desmonte del sistema público-privado de salud y la desfinanciación de la fuerza pública muy seguramente veremos en el futuro cercano una reacción similar.

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