MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Luego de estos meses de incredulidad para muchos frente al mantenimiento en el poder del dictador Nicolás Maduro, se clarificó lo que desde el día de las elecciones se supo. No había posibilidades de posesionar a un demócrata en la tiranía de Caracas. No obstante, ante el escenario previsto, las consideraciones en torno a la postura de Colombia frente al régimen dictatorial, deben preservar los avances alcanzados en los últimos dos años de la relación bilateral, incluso, a pesar de lo cuestionable que esto resulte.
Teniendo en cuenta que, de acuerdo con The Economist, en el mundo existen solo 24 regímenes democráticos plenos (que para América Latina solo destacan a Costa Rica y Uruguay), es comprensible que en sus relaciones internacionales Colombia interactúe más frecuentemente con regímenes autoritarios o, de acuerdo con la misma publicación, anocráticos (semi-democráticos), que con democracias. En dicho escenario, no debería ser tan escandaloso que Gustavo Petro y Nicolás Maduro mantengan sus vínculos. De cualquier manera, más importante que esas dos personas se hablen o no, lo realmente relevante es lo que hay detrás de la bilateralidad colombo-venezolana.
En primera instancia, y quizá lo más evidente, está la zona de frontera. La frontera más extensa de Colombia es mucho más territorio que focalizarse solo en las personas de Cúcuta, Maicao, Tibú, Codazzi, Becerril o Arauquita. Estas dos naciones cuentan con un espacio territorial único en el que convergen cientos de poblaciones, dinámicas económicas y sociales con características propias y miles de personas que, en un alto porcentaje, no ven más allá del espacio que habitan. Cada vez que se presenta el remezón político centralista, dichas poblaciones padecen las consecuencias de dos Gobiernos que desconfían el uno del otro. Sin embargo, hacen hasta lo imposible por dejar eso de lado y seguir adelante con sus interacciones en territorio.
Eso precisamente es lo que las administraciones locales deben preservar por encima de los desencuentros políticos, o las amistades peligrosas entre Bogotá y Caracas. La vida de las zonas de frontera está lejos de parecerse a la de las ciudades grandes e intermedias del país. Se trata de movimientos inter y multiculturales de gran riqueza, aunque también de profundas dificultades y heridas generadas por la presencia de actores molestos a lo largo de su historia.
Otro elemento que debe preservarse y que ha sido abordado de manera reiterada por diversos medios de comunicación es el de la relación comercial bilateral. Lo anterior no por el mero hecho de la actividad económica detrás del comercio, sino por todo lo que conlleva la misma, incluso desde los efectos sociales para una persona que se ha empleado gracias al flujo comercial reactivado entre ambas naciones. Para el primer semestre del año anterior, de acuerdo con la Dian y el Dane, se pudo constatar un monto de U$526 millones en ventas para ese mercado. Mientras que en todo 2023, se había reportado la cifra de U$673,4 millones en exportaciones. Con eso, la proyección se situaba por encima de los U$1.000 millones para 2024.
No obstante, la coyuntura política nuevamente afectó las dinámicas del mercado y difícilmente se logró esa cifra. En lo que se debe trabajar es en que Maduro no sea Venezuela. Es decir, debajo de los asuntos de la “alta política” hay mucho por hacer y que, efectivamente, se puede ejecutar sin que los mandatarios de los Estados se hablen.