Desigualdades eternizadas

Es claro que, con los episodios más críticos vividos en los últimos dos años en torno a la Pandemia, hay una variedad de situaciones complejizadas, y otras que lucen agravadas y con prospectiva de no retorno. Así, una medición sobre un tema recurrente de la desigualdad, exclusión e impacto que ha sufrido y sufre la mujer en los diferentes escenarios susceptibles de evaluación (a partir del acceso a información [datos]), lamentablemente expone un panorama de dificultades y situaciones indeseables.

Dada su trascendencia y pertinencia, uno de los temas más recurrentes de trabajo académico y de generación de políticas por parte de los gobiernos está ligado con la Agenda 2030. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), creados como agenda de consenso global inédito en la historia del mundo moderno, delimitaron unas áreas de acción y un paquete de tareas conjuntas que le permitan a la humanidad salir del escenario desigual de retraso y lamentables condiciones de vida en las que se encuentran cientos de millones de personas.

También como se reconoce, hay una combinación de problemáticas a las que se aspira dar solución con la implementación de la citada agenda; entre otras, el tema del hambre en el mundo y la desigualdad de género se convirtieron en uno de los mayores retos por superar. A pesar de ello, revisando cuidadosamente los más recientes reportes emitidos por la Organización de las Naciones Unidas y otras agencias, tanto gubernamentales como de otra índole, es oportuno hacer un llamado a retomar con seriedad ambas tareas. Es claro que como consecuencia de la Pandemia todo lo que iba mal en el mundo, simplemente empeoró. Si al cerrar 2019 las cifras de personas que se iban a la cama sin comer rondaba los 790 millones, hoy se ha constatado que la situación es padecida por más de mil millones de individuos. De tal manera que los ODS y la Agenda 2030, tal como se configuró en 2015 tiene que ser replanteada, pues de lo contrario se repetirá la historia de unas metas del milenio lejos de alcanzarse y con el agravamiento de otras situaciones.

En tal dirección, existe una evidente relación entre las situaciones de hambre y las desigualdades e inequidades de género. Los más recientes reportes del Sistema de Naciones Unidas exponen un escenario lamentable que urge intervenir. El estado de la seguridad alimentaria en el planeta ubica en situaciones de mayor desventaja y crueldad (literal) a las mujeres, bastante lejos de lo que experimentan los hombres, incluso a pesar de estar también mal posicionados.

Debe anotarse que hubo un periodo de relativo progreso. A pesar de evidenciarse una prevalencia de la inseguridad alimentaria en toda la población mundial, tanto en hombres como en mujeres, los niveles expuestos para el periodo entre 2014 y 2019, fueron de algunos avances que, sin embargo, no redujeron las brechas entre géneros.

En perspectiva global, es menester indicar que la brecha de género en la prevalencia de la inseguridad alimentaria, sea moderada o severa, se incrementó en todos los casos durante 2020, considerado el año más crítico de la Pandemia. Sin embargo, lo que en realidad se torna más difícil es que se amplío la brecha global al 10% de diferencia entre hombres y mujeres, comparado con el 6% de distancia que existió, por ejemplo, en 2019. Ese panorama global se acentuó, fundamentalmente por la situación evidenciada en América Latina, donde la grieta entre hombres y mujeres es de 30%, perdiendo seis puntos frente a 2019.

En el caso de la inseguridad alimentaria severa, la prevalencia también es mucho mayor para las mujeres. Con esta radiografía que involucra al hambre y la inequidad de género se retorna a lo de siempre frente al rol de la mujer. La región latinoamericana principalmente ha radicalizado su postura retrógrada machista y se está ante un escenario que ya se creía superado. Pero es solo una de las consecuencias de la covid-19.