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La principal crítica que hacen los detractores a la recién aprobada reforma laboral es que no ayuda en nada a reducir la informalidad. Puede ser. Es una reforma que busca asegurar los derechos de los trabajadores, que se traduce, implícitamente, en una transferencia de ingresos del capital hacia el trabajo. Esto puede ser (yo así lo creo) defendible desde el punto de vista de la equidad.
Pero, insisten los críticos, esa transferencia ignora a los trabajadores más desprotegidos, los del sector informal. Por tanto, prosiguen, hubiera sido mejor continuar con la flexibilización del mercado laboral para así generar más incentivos a la contratación formal.
Ese argumento parte del supuesto de que la informalidad es, ante todo, un problema del mercado laboral. Se trata de una mirada muy parcial al problema que ignora las múltiples razones que llevan a los agentes económicos a operar en la informalidad.
La evidencia ha ratificado una y otra vez que las firmas que operan en el sector formal son más eficientes y productivas. Pero si eso fuera todo, simplemente no habría informalidad. Lo que ocurre es que, cuando se entra en detalles micro se ve que las ventajas de la formalidad no son las mismas en todo sitio y en todo sector.
Para poner un caso extremo: una empresa exportadora que tratara de ser informal estaría renunciando a beneficios tales como sellos de calidad, acceso a ferias comerciales en el exterior, o cuentas en dólares. El capital fijo que se necesita para formalizarse en este caso está ampliamente remunerado. En el otro extremo encontramos actividades en las que unidades con poco capital pueden competir exitosamente sin necesidad de formalizarse, como es el caso de las ventas de alimentos y vestido al detal.
Esto nos indica que la estructura productiva de una economía es tanto o más importante que la regulación laboral a la hora de explicar la prevalencia de la informalidad. En el caso colombiano esto es bastante notorio. No solo se trata de que nuestras firmas son muy pequeñas, rasgo que compartimos con economías con menores grados de informalidad, sino que además, muchas de estas firmas operan en cadenas productivas muy cortas, casi que inmediatamente dirigidas al consumo final.
Vista desde esta perspectiva, para superar la informalidad es necesario elevar los niveles de complejidad de la economía e incentivar a las pequeñas empresas a conectarse con cadenas productivas más largas en las que las ventajas de la formalidad sean claras. Tal sería el caso si, por ejemplo, las pequeñas empresas lograran ser proveedoras de otras empresas exportadoras o del sector público que es capaz de ofrecerles escala y ayuda a mejorar estándares de calidad.
Sin duda, este camino es más largo y requiere ingentes niveles de inversión tanto pública como privada, algo en lo que la economía colombiana viene cayendo desde hace ya más de una década. Pero sería una solución duradera que, además, no haría caer el costo sobre los hombros de la clase trabajadora que ha accedido ya a algunos derechos laborales.
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La tarea es encontrar un punto medio entre un aumento de los ingresos y evitar excluir a más personas de la informalidad, además de los efectos inflacionarios