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Analistas 13/06/2025

El sonido del cambio

Luis Fernando Algarra
Profesor de la Universidad de La Sabana
La República Más

Murió Brian Wilson, fundador y líder de The Beach Boys, una de las agrupaciones más relevantes e influyentes del siglo XX. Brian, además de músico, fue un innovador radical, un arquitecto del sonido, un emprendedor creativo que desafió la lógica comercial desde lo más alto del éxito. Su visión se extendió a la forma en que entendemos la creatividad como sistema, la innovación como cultura y el liderazgo como riesgo.

Un músico que decide alejarse del éxito para concentrarse en un laboratorio sonoro parecería estar renunciando a su lugar en el mercado. Eso hizo Brian Wilson en 1966 pero en lugar de caer, se adelantó. Pet Sounds no fue solo un disco. Fue una declaración estratégica. Un quiebre. El equivalente empresarial de transformar el modelo cuando el mercado aún aplaude.

Mientras otros grandes artistas giraban por el mundo, él renunció al aplauso inmediato. Eligió el estudio. Contrató a los mejores músicos de sesión. Combinó sonidos inéditos, armonías vocales complejas, cuerdas clásicas y progresiones innovadoras. Nada era fortuito. Cada decisión respondía a un diseño. La obsesión no era con lo popular sino con lo profundo. Lo inmediato dejó de importar. Importaba lo duradero.

Muchos líderes, en el arte o en la empresa, prefieren no tocar lo que funciona. Él, por el contrario, desmanteló su fórmula en pleno éxito. No buscaba continuidad. Buscaba relevancia. La creación se convirtió en una apuesta integral; no en un parche comercial. Pet Sounds fue la síntesis de eso: una obra que, más allá de su belleza, representó una nueva lógica. Una forma de pensar, ejecutar y transformar.

Ese mismo año, lanzó “Good Vibrations”, un tema ensamblado a partir de más de 90 horas de grabación. Era un prototipo modular. Cada parte podía ser retirada, reemplazada, optimizada. Había un diseño dinámico. Lo que hoy llamamos iteración o testeo en ciclos cortos, él lo aplicó con naturalidad. El lenguaje era otro, pero el método era el mismo.

Wilson no operaba en función de métricas sino en función de visión. Y eso lo hizo más vulnerable. El siguiente proyecto, Smile, se volvió inabarcable. Incomprendido. Nunca se lanzó en su momento. Sería descrito como “el mejor álbum de toda la historia del rock jamás publicado”. Pero era inevitable: quien busca nuevos paradigmas carga con la soledad del que no se explica fácilmente. No fue un fracaso. Fue un costo. El precio de intentar lo que nadie más estaba dispuesto a emprender.

Su vida representó para el ámbito artístico un cúmulo de lecciones pero la más valiosa para el mundo empresarial es que no se trata de innovar solo en la caída. También hay que saber innovar desde la cima. Cuando todo va bien. Cuando todos te dicen que no cambies. Brian Wilson tuvo esa valentía. Escuchó lo que nadie oía. Apostó por lo que nadie veía. Y transformó, para siempre, el terreno que pisaba.

Su muerte marca el fin de una vida excepcional, pero no el final de su influencia. Dejó más que canciones. Dejó un método y una ética. Una forma de ver el mundo como un conjunto de piezas reconfigurables. Su legado no es un monumento. Es un sistema. Uno que sigue vigente cada vez que un líder decide transformar su industria… aun cuando todo le diga que no es necesario.

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